Nuestro problema es la diferencia

Recientemente, como consecuencia de una proposición no de ley que el partido Ciudadanos ha presentado en la Asamblea de Madrid, ha vuelto a la primera fila del debate activista en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales una cuestión interesante. Entre las poco ambiciosas reclamaciones de dicha iniciativa política se recogía la pretensión del partido naranja de «convertir nuestra región en una Comunidad abierta, amigable y tolerante con las personas LGTBI bajo la denominación ‘Comunidad de Madrid LGTBI friendly’»; texto que el Grupo Socialista quiso enmendar, sin éxito, corrigiendo ese tolerante por un actualizado respetuosa. ¿Qué debemos hacer? ¿Reclamamos respeto o tolerancia hacia las orientaciones sexuales e identidades de género no normativas? Sigue leyendo

Necesitamos un romanticismo gay

Parece que en nuestra identidad de varones atraídos sexualmente por otros varones no queda espacio para una afectividad saludable

No hace apenas dos semanas me sorprendió que un grupo musical queer español de los primeros años ’90 hubiera versionado el famoso bolero Ansiedad, en cuya letra se expresa libremente el deseo de encontrarse una persona en los brazos de otra «musitando palabras de amor». Me resultaba extraño que en ese contexto tan radical, tan alternativo, fuera posible hablar de amor, cuando hoy en la práctica totalidad del movimiento LGTB resulta una constante la condena del llamado amor romántico.

Parece que en nuestra identidad de varones atraídos sexualmente por otros varones no queda espacio para una afectividad saludable. Resulta algo lógico, si consideramos que al menos a lo largo de las últimas cuatro décadas esta identidad gay nuestra ha sido construida -y reconstruida- de manera fundamental en torno a la práctica de nuestra sexualidad, no a la estructura de nuestros afectos; y que a falta del desarrollo suficiente de un discurso autónomo sobre nuestras vinculaciones amorosas hayamos acabado adoptando como propio el que es desde hace siglos el modo correcto en que hombre y mujer deben amarse.

 

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¡Soy Copérnico!

La triste cobertura que llevó a cabo el periodista Álvaro Ojeda de la cabalgata de Reyes de Madrid nos dejó un divertido momento en que el reportero creyó identificar a uno de los participantes del desfile como Cristóbal Colón y, al saludarlo por tal nombre, este respondió «¡Soy Copérnico!». Dejando a un lado el ramalazo de homofobia que siguió a ese desencuentro, cuando Ojeda consideró que ¿Newton? era «un poquito amanerado», este suceso, además de servirnos como claro ejemplo de que hoy se llama periodismo a cualquier cosa, nos invita a una reflexión realmente interesante: ¿somos quienes decimos ser o somos quienes otras personas creen que somos?

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‘Heterofobia’ y otros animales fantásticos (y dónde encontrarlos)

Nadie es agredido e insultado por ser heterosexual cuando camina por la calle dándole la mano a su pareja de otro sexo.

Como si estuviéramos viviendo dentro de una novela mala de la saga Harry Potter, esta semana ha llegado hasta nuestras pantallas la efigie tenebrosa de un interesante monstruo mitológico: la ‘heterofobia’. Y como buen mito que es, junto a tantos otros, esta particularísima bestia de ficción es utilizada por determinados sectores para tratar de entender una realidad que, ya que deja de discriminar sistemáticamente a una serie de personas, es incomprensible para otras que deben considerar que erradicar esa discriminación atenta contra su derecho a ejercer la violencia física, verbal y simbólica contra un grupo social que consideran enfermo, delictivo, pecaminoso, o todo esto mezclado. Por eso defienden que algunas de las reivindicaciones del movimiento en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales son ‘heterófobas’, porque les quitan su ‘derecho’ a negar nuestros derechos. Vamos a pensar brevemente sobre lo que ha pasado esta semana.

 

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