Nuestra memoria solidaria colectiva parece tener en cuenta solo a las víctimas de las violencias que afectan a la población heterosexual, en tanto que las violencias que soportamos lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, si no son silenciadas intencionadamente, son olvidadas con celeridad pasmosa.
Suele ser en torno a estos días cuando en Madrid empezamos a sonreír viendo cómo nuestra ciudad comienza a prepararse para recibir el Orgullo. Banderas que poco a poco adornan balcones y calles, programaciones que -como es tradición- se cierran a última hora, y actividades culturales que dirigen nuestra mirada hacia la celebración reivindicativa de la libertad sexual.
No os perdáis, por cierto, Subversivas, la exposición de FELGTB sobre historia del Movimiento LGTB, en la cuarta planta del Centro Centro, ni el conjunto de muestras que coordina Fefa Vila bajo el título El porvenir de la revuelta: disfrutad de un Orgullo cultural.
Pero este año en el aire madrileño junto a la proximidad del Orgullo se respira, además de un calor insoportable, una cierta inquietud. El listado de atentados hace pensar a mucha gente que para el fanatismo islámico que los reclama nuestro World Pride puede convertirse en un reclamo importante.