Lo que nos une

¿Tengo yo algo en común con toda esta gente?

Iba a titular esta columna Lo que nos separa. Porque en mi peregrinaje por tierras españolas presentando La cultura de la homofobia he llegado este fin de semana al Pride de Maspalomas y aquí, que es donde escribo, tras una presentación que, como suele suceder, se convirtió en una entretenida charla sobre activismo LGTB, me sorprendió una de las mayores fiestas para público gay que he podido observar.

Yo, que soy un hombre que ya peina algunas canas y he estado siempre más cerca de los libros que del jolgorio, me encontré súbitamente rodeado de un tumulto de bacantes con camiseta de tirantes; y así, entre travestis, lederonas y jovencísimos extranjeros tuve la necesidad de preguntarme si era aquel mi sitio, si tengo yo algo en común con toda esta gente que practica de este modo su disidencia de las normas de la sexualidad y el género.

Recuerdo haber leído esta misma semana, y así me lo contó hace poco Jordi Petit -un referente al que no agradeceremos nunca lo suficiente su trabajo por nuestros derechos- una ocurrencia de Ocaña en una asamblea del Front d’Alliberament Gai de Catalunya.

En una discusión tensa, de esas que acaloran las palabras y levantan la voces por encima de la razón, el artista catalán gritó «¡chicas, el grito unitario!», y fue esa la señal para que un ensordecedor chillido atravesara la asamblea y relajara toda tensión enquistada con una explosión de pluma.

Anoche eran muchos los gritos. Gritos de drag queens, gritos de bailarines, de un -casi- eurovisivo cantante, de camareros por encima de las barras, de un coro de hombres gais, Isós, que canta maravillosamente. Gritos míos y de mi nuevo amigo Víctor Ramírez, un referente activista de esta isla que atesora la historia de nuestro movimiento aquí, tratando de entendernos por encima de la música, hablando de nuestras cosas de activistas con Pablo Almodóvar, de Gamá, y otros compañeros. Todos gritamos, cada cual a su manera, y en nuestros tan diversos gritos hay una constante, que por sutil puede no parecer tan importante como es: gritamos para no volver a quedarnos callados.

Un militante de la Radical Gai escribía hace veinte años que «ser maricón tiene sentido para llenar el mundo entero». Ese sentido, sea el que sea, ese grito significado de nuestros deseos, es lo que nos une. Y hemos de llenar el mundo con él, para poder seguir gritando. ¡Iiiiiiiiiiiiiiiiiiiii!

Publicado en Cáscara Amarga el 6 de mayo de 2017.

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