Ni Gallardón ni Carmena han terminado de entender para qué sirve el Orgullo, o lo entienden del mismo modo.
Hace apenas un mes, el paso del World Pride por nuestra capital me generaba una duda importante. No me interesaban excesivamente convocatorias como el Madrid Summit, o el World Pride Park en el Madrid Río –y parece ser que ni a mí ni a casi nadie resultaron interesantes–. Ni siquiera tenía demasiada curiosidad por saber qué ingenio permitiría que por primera vez una manifestación tuviera vallas en la mitad de su recorrido. Yo quería saber qué habría después de este Orgullo Mundial que iba a cambiarlo todo, y no ha hecho falta esperar demasiado: la conclusión que extraigo de la celebración del World Pride puede resumirse de un plumazo: ha sido útil solo para algunos pocos.