Por desgracia solo «Somos el Orgullo de Madrid»

Ni Gallardón ni Carmena han terminado de entender para qué sirve el Orgullo, o lo entienden del mismo modo.

Hace apenas un mes, el paso del World Pride por nuestra capital me generaba una duda importante. No me interesaban excesivamente convocatorias como el Madrid Summit, o el World Pride Park en el Madrid Río –y parece ser que ni a mí ni a casi nadie resultaron interesantes–. Ni siquiera tenía demasiada curiosidad por saber qué ingenio permitiría que por primera vez una manifestación tuviera vallas en la mitad de su recorrido. Yo quería saber qué habría después de este Orgullo Mundial que iba a cambiarlo todo, y no ha hecho falta esperar demasiado: la conclusión que extraigo de la celebración del World Pride puede resumirse de un plumazo: ha sido útil solo para algunos pocos.

Como ejemplo es posible centrarnos en una novedad que nos hace saber Luis Cueto, Coordinador general de alcaldía de Madrid: próximamente se instalarán en la plaza de Pedro Zerolo unas letras gigantes donde podrá leerse «Somos el Orgullo de Madrid», según el modelo instalado dentro del Palacio de Cibeles para la privadísima recepción internacional que tuvo lugar con motivo del World Pride.

Si bien es preciso señalar que nunca el Ayuntamiento había invertido tanto en el Orgullo, también es necesario indicar que esa instalación debe ponerse a la cola de los proyectos activistas para nuestra ciudad. Se cumplen ahora dos años desde que se aprobó, a través de una moción presentada por el PSOE e impulsada por el movimiento LGTB, el cambio de denominación de la ya antigua plaza de Vázquez de Mella. En el texto aprobado, además, figuraba la instalación de un monumento en memoria de las víctimas de la homofobia, transfobia y bifobia del pasado, fundamentalmente de la Inquisición y el Franquismo, y del presente. Porque sigue existiendo discriminación en las calles de Madrid y prueba de ello son los 41 incidentes que ha registrado durante el Orgullo el Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia.

El cambio de nombre de la plaza se retrasó un año, como es ya conocido, y aún seguimos esperando el memorial, reivindicado desde hace meses por el movimiento LGTB madrileño, cuando el Ayuntamiento quiso modificar la idea original proponiendo una serie de placas conmemorativas a lo largo de la ciudad. La Plataforma 28J, que agrupa a las entidades de Madrid, decidió por unanimidad que ese proyecto podría resultar interesante, pero que el monumento a las víctimas, en sí mismo, era irrenunciable. Y yo mismo acudí a una reunión técnica en que descubrí que el problema, según informe municipal, es que en la plaza de Pedro hay un exceso de «ruido visual». Ruido que quizá lo provoquen las terrazas que la inundan, o el adefesio erigido en honor de Vázquez de Mella, que nadie sabe qué sigue haciendo allí.

Además de la nueva denominación del espacio, el único elemento identificable con nuestro movimiento consiste en el lazo rojo que instaló Gallardón como gesto hacia la lucha contra el VIH. Y ahora, como gesto hacia el Orgullo, pretende la alcaldía instalar allí unas letras que, dice Luis Cueto, «servirán para hacerse fotos». Me temo que ni Gallardón ni Carmena han terminado de entender para qué sirve el Orgullo, o lo entienden del mismo modo.

Nuestro Orgullo es una herramienta de transformación social: saca a la calle a miles de personas en apoyo de nuestras reivindicaciones. En su momento, el Matrimonio Igualitario, luego la Ley de Identidad de Género. Ahora, bien es cierto, el objetivo principal de nuestro trabajo activista resulta bastante difuso, pero queda claro que el mensaje, la reivindicación de fondo, puede –y debería– unificarse bajo el lema Por la erradicación de la homofobia, transfobia y bifobia. Limitar el Orgullo desde las instituciones a una fiesta pintoresca, aun con una sonrisa que se pretende cómplice, desde las empresas a la consecución de suculentos contratos públicos, o desde algunos activismos –individuales frecuentemente– a una batalla por la subvención pública que sostenga proyectos caducos, lo único que consigue es desvirtuar nuestro Orgullo y nuestro movimiento reivindicativo.

El «Ayuntamiento del cambio» venía a cambiarlo todo, igual que este World Pride. Pero seguimos esperando que se ponga en marcha la Oficina contra los Delitos de Odio (que de momento solo consiste en una furgoneta de policía con una pegatina arcoíris). Al fin desalojábamos al PP del consistorio, pero seguimos esperando que la Concejalía de Igualdad se ponga en marcha y ayude a las muchas asociaciones madrileñas que trabajan contra la discriminación de todo tipo. Íbamos a organizar el mayor Orgullo de la historia, pero ha pasado por Madrid este World Pride como los americanos por Villar del Río en Bienvenido Mr. Marshallya lo decía yo–, y parece que solo nos van a dejar unas simpáticas letras en Chueca. Como si no hubiera lesbianas, gais, bisexuales y transexuales en Vallecas, donde este año se ha celebrado con tanto éxito el Orgullo Vallecano. O en San Blas, donde Magdalenas Diversas trabaja contra la intolerancia. O en Villaverde, Usera, Fuencarral… O en Carabanchel, donde mataron a Mariano en 1993, la última víctima mortal de la homofobia en Madrid, para la que seguimos reclamando un reconocimiento.

Este Orgullo, este World Pride, podría servir para transformar nuestra ciudad. Para reconocer un pasado oscuro y agresivo, con el compromiso de no volver a caer en aquellos errores. Pero el mensaje, con esas letras metálicas que quieren colocarnos, parece claro: nuestro Orgullo sirve para hacerse fotos. Solo eso. Yo esperaba mucho más.

Publicado en Cáscara Amarga el 13 de julio de 2017.

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