La futura Ley LGTB que pretende sacar adelante la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Bisexuales y Transexuales se enfrenta a un momento crucial en su proceso de aprobación: desde la izquierda se alzan voces críticas contra el texto, poniendo en riesgo no solo un avance fundamental en el reconocimiento de los derechos de las personas no heterosexuales, sino vulnerando todo el discurso que garantiza la protección de las minorías.
Bien es cierto que el desarrollo de esta nueva Ley, que supondrá un hito activista a la altura de la aprobación del Matrimonio Igualitario, ha tenido que superar diferentes escollos; y es algo comprensible, pues el texto legislativo supone un avance de tal calado que requerirá de un gran esfuerzo didáctico por parte del movimiento activista para ser bien entendida su necesidad. Bien es cierto, igualmente, que quizá no sea la estrategia adoptada por la FELGTB la que yo considere más acertada en este punto, y que quizá hubiera sido preferible priorizar una reforma del Código Penal que condenase con vehemencia los delitos de odio, en general, y concretar luego una ley específicamente LGTB. Pero lo que no es permisible es que, como ya resulta demasiado frecuente, se equipare el discurso en defensa de los Derechos Humanos con una mal entendida ‘libertad de expresión’ que consiste única y precisamente en conculcar esos Derechos Humanos. Y eso es lo que está sucediendo ahora con nuestra Ley LGTB.