Botella se marchó, pero las multas se quedaron. Por fin, y tras un complicado silenciamiento, esta semana se ha hecho público que en el Orgullo de 2015 el Ayuntamiento de Madrid, como ya es casi tradición, sancionó nuestras reivindicaciones. Porque hacemos demasiado ruido. Eso sí, algo ha cambiado esta vez: ahora no son sólo los empresarios que organizan nuestras fiestas quienes recibieron la multa municipal: por primera vez en la historia del Orgullo las entidades que convocan la marcha también han sido condenadas.
Deberán pagar un total de 12.400€, que se multiplicarán por dos si este año reinciden, como consecuencia de cuatro mediciones acústicas de la manifestación en que se superaron los límites tolerados. La primera de ellas corresponde a una prueba de sonido en el escenario, creo recordar que la última a una carroza… y más interesantes son la segunda y tercera, sobre las ocho de la tarde, que coinciden con el discurso de la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, y con las danzas de bacante con que algunos representantes políticos, Pablo Iglesias entre ellos, celebraron nuestro Orgullo. La conclusión es extraña, claro está: nuestra alcaldesa se ha multado a sí misma.
Dicen quienes de esto saben que las multas a los colectivos no son cosa nueva, pero que en otras ocasiones el recurso interpuesto hizo el efecto deseado y la multa se archivó. Dicen quienes de esto parecen saber que no hay relación ninguna entre el organismo que sanciona al ruidoso Orgullo LGTB madrileño y el Ayuntamiento de la Capital, que una fiscalía medioambiental es la denunciante. Y quizá yo ya no me acuerde del derecho administrativo, pero creo recordar que en los procesos administrativos es la Administración, esto es, el Ayuntamiento, quien finalmente sanciona o no. Por último, dicen quienes en esto parecen tener algún interés que el Orgullo debe cumplir la normativa vigente, y que la última culpable de todo sigue siendo Ana Botella, que modificó esa normativa para perjudicar nuestra manifestación.
La semana se ha sucedido con argumentaciones y justificaciones de todo tipo, y por lo largas y rocambolescas que algunas son quizá no debiera hacer más que remitirte a las redes sociales, mentidero de verdades y medias verdades de todo lo que en el mundo real acontece. La cuestión es que yo no dejo de plantearme algunas cuestiones, y creo justo compartirlas contigo.
Me preocupa la vara de medir de nuestro activismo en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, porque parece que se nos ha roto el metro. Supongo que recordarás todos aquellos improperios que contra la irrepetible Ana Botella, auténtica Bruja del Oeste de nuestra orgullosa Dorothy, proferíamos cada vez que se hacía pública una multa contra nuestras fiestas. Era fácil llamar homófoba a una persona que había manifestado ciertas deficiencias -muy «fructíferas»- en la comprensión de nuestras identidades. Sus multas, claro está, eran pura homofobia vestida de argumentaciones legales.
Pero ahora que nos encontramos con las mismas multas, y que en ellas lo más gravoso es su condena ya firme al propio movimiento, más allá de los empresarios, parece que sólo queremos ver el argumento legal sin analizar con mayor profundidad lo que ha sucedido. Yo, como siempre, a estas cosas que nos pasan yo quiero buscarles en el fondo la homofobia, la bifobia y la transfobia; pero sucede que en este caso parece imposible, ya que nuestra alcaldesa ha manifestado convicentemente su compromiso con nuestros derechos. Un compromiso, además, que puede incluso cuantificarse, porque muy rápidamente saltó la noticia de un incremento importante en la financiación del Orgullo que viene a complementar las subvenciones directas que reciben del Ayuntamiento en sus Presupuestos algunas de las entidades sociales LGTB de nuestra ciudad, y que curiosamente, en esa partida, suponen en 2016 exactamente la misma cuantía que destinara para 2015 Ana Botella.
Nuestra Manuela no es homófoba, por supuesto. Líbrenme los dioses de atreverme siquiera a sugerirlo, pues sé que la jauría observa amenazante a cualquier heterodoxo que se atreva dudar. Carmena no es homófoba, y lo sabemos porque colgó de la fachada del Ayuntamiento una inmensa bandera arcoíris; del mismo modo en que con menos alharacas lo hizo Cristina Cifuentes en el balcón del Palacio de la Puerta del Sol. Manuela no es homófoba, pero a estas alturas hay que destacar que su equipo de gobierno es algo descuidado, algo imprudente.
Cuando malgobernaba nuestro Madrid doña Ana como su coto privado de endeudamiento la argumentación contra las constantes multas era comparar las nuestras con otras fiestas. Si San Isidro, San Cayetano, San Lorenzo y la Paloma no reciben multa de ningún tipo, nuestras celebraciones tampoco deberían soportarlas. El problema estaba en que nuestras fiestas eran «diferentes», porque no habían sido debidamente calificadas por el Ayuntamiento y, de este modo, los límites de ruido no podían quebrantarse. Así, hace ya tiempo que nuestro movimiento demanda una regulación específica para el Orgullo, que nos asegure poder celebrarnos y reivindicarnos sin injerencias. La cuestión radica en que en su momento, constituido el nuevo Ayuntamiento a dos semanas de la manifestación, no hubo tiempo de modificar esa normativa «botellista» y fue la vigente para proceder a multar nuestras fiestas y también por vez primera nuestra manifestación.
Ahora parece que Ahora Madrid intentará promulgar esa nueva legislación, curiosamente también a dos semanas del Orgullo. Junto al anuncio del incremento de las subvenciones -de las que también habría que escribir alguna línea-, se ha prometido que de forma rápida en este próximo pleno municipal se declarará algún tipo de protección para el Orgullo. Pero dudo mucho que ésta sea la solución más ventajosa para nuestra manifestación.
Corrían los últimos años del siglo XVI cuando Pedro Luis Garcerán de Borja, Gran Maestre de la Orden de Montesa, la única orden militar que aún era independiente, fue condenado en un auto por sodomía a diez años de reclusión. Con esta maniobra, Felipe II consiguió por fin controlar todas las órdenes españolas. No era rey de dejar cabos sueltos. Y a este viaje por la Historia te he llevado porque creo que es justo cuestionar mucho una «protección» para el Orgullo hecha a trompicones, rápido y sin pensarlo dos veces. ¿Qué sucederá después? El Ayuntamiento, del mismo modo que sucede con las fiestas tradicionales, ¿será el encargado de gestionar y planificar nuestras fiestas? ¿Y la manifestación? ¿Qué puede suceder si convertimos una manifestación social en un bien de interés cultural? El Orgullo dejaría de ser una convocatoria reivindicativa para convertirse definitivamente en un desfile como el Carnaval o los Reyes Magos. El Orgullo, como manifestación reivindicativa, no puede ser entregado ni es aceptable que reciba multa alguna. Y me indigna especialmente que, después de años quejándonos de que nos aguaban las fiestas con sanciones, ahora que nos silencian las reivindicaciones con multas sólo sea posible encontrar excusas.
Los delitos pueden cometerse voluntariamente o por descuido. La homofobia, la transfobia y la bifobia también. La prudencia, «sensatez, buen juicio» según la RAE, tiene como antónimo claro la imprudencia. Y éste es un caso claro de homofobia imprudente. Durante un año ha venido tramitándose una multa a una manifestación reivindicativa. Durante un año ningún funcionario o cargo de gobierno consideró que una manifestación hace ruido porque precisamente está para eso. Durante un año nadie se paró a pensar por qué hay tantas mediciones en las fiestas del Orgullo y no trascienden las de otras fiestas. Durante un año tampoco creyó nadie que es ciertamente extraño admitir a trámite una denuncia por ruido en una manifestación. Durante un año hubo notificaciones, recursos, y sólo ahora que la multa es firme ha trascendido la noticia. Durante un año nadie en el Gobierno Municipal consideró necesario afrontar una regulación para el Orgullo que no nos arrebatara el movimiento. Y ahora nos comen las prisas.
Habrá que andar con cuidado, para evitar tantas imprudencias que tantos problemas nos acaban generando. Habrá que recuperar una vara de medir más firme, que no permita que nos desencaminemos con veleidades cuando nos condenan. Y el camino será largo siempre: hay quien escucha ruido donde nosotros y nosotras oímos reivindicaciones.