Me preocupa que el World Pride se nos haya ido de las manos.
Llevo alrededor de una semana tarareando una canción de Marujita Díaz. Esa que dice «banderita, tú eres roja, banderita, tú eres gualda». Porque si has venido a Madrid para celebrar el World Pride habrás percibido que algo extraño ha pasado en nuestra ciudad. Nuestra banderita arcoíris, roja, naranja, amarilla, verde, azul y morada está por todas partes. Y cuando digo que está por todas partes es porque está en algunos sitios donde jamás creerías que podría haber aparecido.
La bandera arcoíris es una bandera importante. Lo es no solo porque representa la reivindicación de los derechos de una de cada diez personas. Lo es porque tiene un curioso efecto, casi mágico: consigue que esa persona sola, cuando la ve, se sienta más tranquila. Lo he comprobado varias veces. Yo llevo siempre un anillo con sus colores y han sido muchas las ocasiones en que un desconocido, al descubrir del arcoíris en mi mano izquierda, relaja la musculatura de la cara, e incluso sonríe. Además, si te has fijado en esta semana de Orgullo, nuestra bandera se ha convertido en una capa mágica. Son cientos los jóvenes y las jóvenas que la llevan anudada al cuello y, si Harry Potter tenía una capa de invisibilidad, esta es nuestra propia capa de visibilidad. La usamos como si sintiéramos que nos ofrece una protección especial: lejos de conformarnos con ser, como de costumbre, posibles víctimas, la bandera arcoíris nos convierte en posibles superhéroes.