El World Pride supone la culminación de un proceso de colonización sobre nuestro Orgullo.
Madrid ya huele a Orgullo. Tras un año de espera o amenaza ha llegado a nuestras calles el que se supone que será el Orgullo de la panacea, tan mundial, tan europeo también, tan maravilloso que es posible que, después de pasarnos por encima, jamás volvamos a ser quienes fuimos.
¿Notas cómo van cambiando las cosas para lesbianas, gais, bisexuales y transexuales en Madrid gracias al World Pride? Deberías, porque gracias a que celebramos esta suerte de olimpiadas las instituciones parecen haberse visto obligadas a colaborar un poquito más de lo habitual con nuestras reivindicaciones y, como consecuencia, hemos podido organizar cosas que antes eran impensables. Que todo el Palacio de Telecomunicaciones, en Cibeles, esté lleno de exposiciones sobre nuestra Diversidad Sexual y de Género es un buen ejemplo, pero no estoy del todo seguro de que haya muchas más novedades este año. Haberlas, haylas, por supuesto, pero que algo sea nuevo no quiere decir que tenga que ser necesariamente mejor.
Supongo que ya estarás al tanto de que la gestión que se ha venido haciendo de este World Pride es, al menos, considerablemente oscura. Incluso se han venido publicando unos OrgulloLeaks en la web Estoy Bailando desvelando las diferentes trampas que tiene esta reivindicación mundialísima, por otra parte tan descafeinada como vitalista (¡Viva la vida!). No repetiré, por eso, las dudas que han surgido sobre la gestión del llamado World Pride Park, y no cuestionaré que en el programa del Madrid Summit, la conferencia de Derechos Humanos adscrita al evento, no aparezca ni una sola vez el concepto «homofobia», con la que está cayendo. Pero ya que es necesario preocuparse por qué será de nosotros cuando pase el World Pride, yo quiero preocuparme por una cuestión en concreto: el World Pride supone la culminación de un proceso de colonización sobre nuestro Orgullo.
Por si no conocías el dato, una palabra tan nuestra, para bien o para mal, como «maricón» cumple este año cinco siglos desde que fue escrita por primera vez. Pero este World Pride lo trae todo en inglés: orgullo en inglés, conferencia en inglés, hasta parque en inglés. Y resulta realmente preocupante que, con el uso y abuso de la lengua de la pérfida Albión, se nos acabe olvidando cómo se conjuga «orgullo» en castellano.
Un ejemplo de este olvido puede ser un tuit con el que me encontré cuando Stuart Milk, sobrino de Harvey y presidente de su fundación -que es la que gestiona la cesión de la marca «World Pride»- vino a Madrid a presentar el invento. Un chico agradecía a Harvey el inicio del movimiento, y a Stuart su globalización. Y yo no dejaba de preguntarme dónde quedaba en ese panorama un hombre como Armand de Fluvià, el primer activista gay de nuestro Estado, que en 1970, hace cuarenta y siete años, inició un movimiento de liberación sexual que se enfrentaba a la última dictadura fascista de Occidente.
Me preocupa que, con este Orgullo, nos suceda lo mismo que contaba Berlanga en su Bienvenido Mr. Marshall: que hayamos preparado un sarao cortijero esperando a los americanos y, de pronto, pasen de largo. Porque aunque desde Aegal nos insistan en que los yankees han venido, olé salero, con mil regalos y a las niñas bonitas van a obsequiarnos con aeroplanos, yo pretendo mejores cosas del Orgullo. A mí me gustaría que el Orgullo fuera nuestro, autónomo, que no se olvidase de nuestras particularidades y que, al pasar, dejara un mundo un poco mejor.
Por eso, mientras esperamos a ver qué nos queda de este World Pride, creo interesante recuperar una campaña que en 1982, con motivo del gran evento futbolístico, llevó a cabo la Coordinadora de Frentes de Liberación Homosexual del Estado Español y decir, con la voz bien alta, que lo nuestro sí que es mundial.