Durante los próximos días coinciden diferentes conmemoraciones religiosas y por algún extraño motivo solemos lanzarnos a celebrarlas, incluso cuando no creemos en ellas.
Ha llegado el momento del año en que todos y todas nos deseamos cosas buenas. Durante los próximos días coinciden diferentes conmemoraciones religiosas y por algún extraño motivo solemos lanzarnos a celebrarlas, incluso cuando no creemos en ellas, incluso cuando son empleadas por determinadas jerarquías eclesiásticas para limitar nuestros derechos.
No quiero entrar en la cuestión de si es posible conciliar el sentimiento religioso, sea el que fuere, con una orientación sexual o identidad de género no normativa. Hoy quiero detenerme únicamente en si es posible, en medio del panorama dibujado por los supuestos máximos representantes de las religiones del Libro, celebrar algo en estas fechas sin necesidad de renunciar a ser lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.
Porque junto a Reig Pla difundiendo el odio hacia las mujeres y las personas no heterosexuales, junto al rabino Shlomo Amar fomentando el asesinato de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, y mientras el DAESH, en su estúpida interpretación del Islam, asesina a cualquier joven gay, creo que también tenemos derecho nosotros y nosotras a celebrar algo en estas fechas sin tener que renunciar a quienes somos.
Dos maneras se me ocurren para hacerlo. En primer lugar volver a mirar a las tres religiones habiendo limpiado nuestros ojos todo lo posible de la influencia del discurso hegemónico. Así será posible valorar debidamente que el Islam en su momento disfrutó de una de las tradiciones homoeróticas más bellas de la historia de la humanidad, y podremos también interpretar adecuadamente narraciones veterotestamentarias de evidente contenido no heterosexual como las de David y Jonatán, Ruth y Noemí. E incluso, por qué no, recordar que el 25 de diciembre se celebra el nacimiento de Jesús, quien, según una lectura no influenciada por el discurso oficial o por la heterosexualizante leyenda que lo vincula con María Magdalena, resulta un interesante agitador político que nunca condenó el amor entre personas del mismo sexo -como prueba el famoso pasaje del centurión- y que, según una tradición en boga tanto en la Edad Media gracias a San Elredo y durante el siglo XIX gracias a determinados artistas, fue también él mismo homosexual y su «discípulo amado», San Juan, era realmente su amante. ¿Por qué no celebrar así estas fiestas? ¿Por qué no hacer nuestra propia lectura de las tradiciones que celebramos?
En segundo lugar es posible también superar el monoteísmo y recuperar las tradiciones paganas que subsisten debajo de la mirada limitada que lo caracteriza. Por que si te das cuenta de que el árbol que adornará ya tu casa no es más que un exvoto a la naturaleza para recordarle que en breve debe comenzar a renacer, como en su día hicieron los nórdicos honrando al dios Frey; y si observas el nimbo -o aureola- que se representa detrás de la cabeza de Cristo y que tiene forma de sol, igual que el Sol Invicto que se celebraba en la Antigüedad coincidiendo con la Navidad y que solemnizaba el solsticio de invierno, comprenderás que lo que andamos festejando estos días no son más que versiones modernas de antiguas tradiciones paganas fuertemente vinculadas con los procesos astronómicos, en cuyas celebraciones cabemos sin problema alguno lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, y donde incluso se reconocen valores mágicos a nuestras cualidades no normativas, como sucedía con los bardajes más o menos intergénero de las culturas precolombinas. Así, ¿por qué celebrar la Navidad o Janucá, cuando es posible celebrar algo mucho más objetivo e inclusivo como un solsticio?
Sea como fuere, Navidad, Janucá, o el Solsticio, recuerda que durante estas fiestas tienes derecho a celebrar lo que quieras sin que te obliguen a dejar de ser quien eres ni siquiera durante un día. Te deseo unas fiestas llenas de amor… entre personas del mismo sexo.