Salir del armario significa visibilidad, no juicio público

Jueces, militares, diputadas, exministros, concejales, modistos, periodistas, y ahora también deportistas y modelos. Salir del armario, visibilizarse como lesbiana, gay, bisexual o transexual, es quizá la práctica más característica de esto que somos cuando no somos heterosexuales o cisexuales. En poco más de un mes nuestra querida España ha visto a un árbitro de fútbol, a un patinador, a un waterpolista olímpico y a un Míster España decir públicamente que son gais. Toda visibilidad es buena, porque gracias a tantos y tantas referentes puede asegurarse que nuevas generaciones de personas no heterosexuales, pero ¿qué ocurre cuando alguien sale del armario? Hoy quiero reflexionar sobre ello.

Hace poco llegó a las librerías Yo, Simon, Homo Sapiens, una deliciosa novela juvenil de Becky Albertally que narra la historia de un adolescente que descubre, reconoce y visibiliza su orientación sexual gay. Me resulta tan interesante como extraño leerlo, pues la experiencia del joven, que se desarrolla en nuestro tiempo, difiere notablemente de la que muchas personas de mi generación. Yo tengo 34 años, Simon tiene 17, pero considero que mi proceso fue más parecido al de personas mucho mayores.

La diferencia, claro está, reside en las referencias con las que contábamos entonces y las que hoy están a disposición de la juventud. Yo, en 1998, sólo pude aprovecharme del centenario de García Lorca para saber que lo mío, eso que me sucedía, no era algo que sólo me ocurriera a mí. Eso sí, contar con Lorca, si bien un lujo, no era del todo beneficioso: Federico tuvo bastantes problemas hasta que se decidió a contarlo todo en El público… Dalí se portó como un perfecto imbécil. Pero Simon, en esta novela, y muchos y muchas jóvenes disponen hoy de multitud de referentes y, por si fuera poco, la aprobación del Matrimonio Igualitario ha generado dos formas muy diferentes de vivir la experiencia del autodescubrimientoPrematrimonialespostmatrimoniales vemos el mundo de manera distinta, y hay que celebrar que gracias al reconocimiento del derecho al matrimonio una nueva generación se considere más libre, aunque eso también implique que sus iguales crean que su homofobia ya no lo es, presenten nuevas formas de violencia contra lesbianas, gais, bisexuales y transexuales y, así, estén aumentando las agresiones como sabemos que están aumentando.

Últimamente se acepta que la salida del armario es, más que un hecho puntual, un proceso ritual que se repite constantemente a lo largo de la vida, hasta que acabemos, claro está, con la presunción de heterosexualidad. Si bien los momentos claves son el autorreconocimiento -la salida del armario para con uno mismo-, la declaración al entorno cercano -amistades y familiares- y la declaración pública, éste último proceso ha de reproducirse hasta la extenuación, pues no basta con decirlo en redes sociales, ni siquiera con subirse a una montaña y gritarlo a los cuatro vientos.

Si uno no es una celebridad, lo que sucede en la mayor parte de las ocasiones, situaciones tan diversas como ir a visitar a tu pareja al hospital o hablar de él o ella en el trabajo requieren del ejercicio de una nueva salida del armario. Resulta agotador: imagina qué sucedería si cada dos por tres fuera preciso tener que informar a tu interlocutor del color de tus ojos, para que no interprete que son de un tono distinto y extraiga de ese detalle no sólo una serie de derechos que considera que debes tener o no, sino hasta la flexión de género que ha de realizar para hablar de tu pareja.

Cada uno de esos momentos claves conlleva una serie de consecuencias: el autorreconocimiento en su día por lo general suponía algo de relativos matices trágicos, cosa que ya no sucede, o no debería, en las sociedades postmatrimoniales. La declaración a la familia tenía las mismas implicaciones -aunque luego nadie tuviera siquiera un mal gesto- y era especial la confesión a las amistades: había que seleccionar personas de absoluta confianza con las que se compartía desde entonces el secreto.

Yo sigo guardando un universo de cariño para Ana Belén y Verónica, mis primeras confidentes, y supongo que cualquiera que recuerde esa época pondrá una sonrisa a media asta, casi siempre llena de ternura por el yo y sus amigos y amigas que ya casi no somos. Hoy la juventud sigue saliendo del armario, claro está, y cada día de forma más visible, más segura de sí. Espero que nuestro activismo sólo borre de sus vidas las partes malas de no ser heterocisexual, la homofobia, la bifobia, la transfobia, el acoso, y deje intactos esos momentos únicos que nos van convirtiendo en quienes somos.

Por otra parte, la salida pública del armario tiene sus propias implicaciones y códigos. Hay visibilidades que parecen no importar más que a quien rompe con sus armarios y a su entorno cercano. Hay otras que remueven los cimientos de nuestra cultura y provocan reacciones dignas de análisis. Nuestros waterpolista y patinador han realizado salidas del armario impecables, naturales y comprometidas, y parece que, por el momento, no hay reacciones negativas. Diferente es el caso del primer árbitro públicamente gay, que ha tenido que abandonar por el momento el arbitraje porque no soporta los constantes insultos homófobos durante los partidos. Y, aunque ha montado una asociación para luchar, precisamente, contra la homofobia en el deporte, su visibilidad ha tenido reacciones furibundas dentro de la propia ‘comunidad’ LGTB: al declararse también votante del Partido Popular se le ha insultado en repetidas ocasiones por apoyar una opción política que se caracteriza por su intolerancia más o menos agresiva hacia las personas no heterosexuales. Del mismo modo, el primer Mr. España en visibilizarse como gay ha recibido una respuesta interna bastante crítica, por sus ideas acerca de las relaciones entre virilidad y homosexualidad.

En ambos casos yo no comparto los valores conservadores del árbitro ni la importancia que a la virilidad otorga el modelo. Es más, considero que esa exaltación de la masculinidad de Míster España es precisamente la que le provoca indirectamente más problemas al árbitro en su deporte, que parece centro gravitacional de lo masculino. Pero sucede que no es ése nuestro tema: el movimiento LGTB reivindic una y otra vez visibilidades de todo tipo y, en este punto, es nuestro deber celebrarlas, por pura coherencia.

Habrá momentos para hablar, después, de si compartimos o no los puntos de vista de cada persona y de si estamos de acuerdo con la visión de la homosexualidad que presentan personas públicas como Javier Maroto e Iñaki Oyarzábal. Pero la visibilidad nunca se juzga: se celebra, aunque quien se visibilice participe en certámenes de belleza que reproducen el patriarcado o en el Partido Popular que no expulsa de sus filas a la concejala que cree que tenemos problemas hormonales pero pretende salir en carroza en el Orgullo de este año, según se cuenta en las redes. Y, como la visibilidad no se juzga, hagamos también el favor de dejar de valorar a quien se compromete públicamente con nuestro discurso según sus cualidades físicas. ¿Qué importa que un árbitro, un patinador, un waterpolista y un modelo sean más o menos bellos? A mi lo que me interesaba era su visibilidad, visibilidad de élite, por su relevancia, para asegurar que la visibilidad de todos y todas es cada vez más fácil.

Por eso desde aquí quiero mandar un fuerte abrazo a Jesús, Javier, Víctor y Daniel. Gracias por ser visibles. Hoy me da igual si estamos o no de acuerdo en todo lo demás. Hoy quiero celebrar que somos visibles, y que así ayudamos a que otras muchas personas puedan serlo. Muchas gracias.

Publicado en Cáscara Amarga el 5 de junio de 2016.

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