Hay que volver a hablar de la homofobia

Hace más de ciento cincuenta años el primer activista de nuestro movimiento, el alemán Karl Heinrich Ulrichs, escribía que estaba orgulloso de haber sido el primero en tratar de asestar un golpe a una de las cabezas de la hidra, ese mismo monstruo mitológico que hoy llamaríamos homofobia pero del que, desde hace un tiempo, me temo que hablamos poco incluso entre el activismo en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales.

Puede sonar y suena paradójico, claro. Pero sucede que nuestro movimiento reivindicativo está en estos momentos sufriendo una transformación, aunque apenas sea perceptible. Somos pocas, muy pocas, las personas que nos acercamos a conocer sus demandas, a pesar de los muchos avances que hemos conseguido en la última década. Y creo que es precisamente ése nuestro problema: tantos logros han desmovilizado a nuestras bases, y hay quien ha llegado a pensar que ya están garantizados todos nuestros derechos. Pero nada más lejos de la realidad: el Observatorio Madrileño contra la Homofobia, Transfobia y Bifobia lleva registradas sesenta y siete agresiones a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales desde que comenzó 2016.

La desmovilización no es sorprendente: le sucedió lo mismo al Feminismo, y siempre es bueno y necesario aprender de su desarrollo. Una vez conseguido el voto femenino fueron necesarias décadas para encontrar un nuevo gran objetivo; casi medio siglo que sirvió para construir toda la mística de la feminidad y volver a recluir a las mujeres en las «tareas femeninas». Y, en nuestro caso, creo que diez años después de la aprobación del Matrimonio Igualitario nos está pasando algo parecido.

Hemos conseguido reunir millones de personas en nuestros Orgullos, los mensajes de tolerancia y respeto son constantes, cada vez más anuncios incluyen parejas del mismo sexo, salen del armario hasta árbitros de fútbol… Y en torno a todo ello se construye una «mística de la homosexualidad», de cómo somos y, esta es la parte perversa, de cómo hemos de ser. La gay way of life se extiende por todo el planeta, llega cada vez a más países y se impone frente a sus formas particulares de expresar la heterodoxia sexual. Con tantas celebraciones se nos acaba olvidando que el Orgullo es la fiesta antónima de la vergüenza que a muchas personas puede causarle descubrir sus deseos, que los mensajes de condena aparecen cuando hay algún incidente homófobo que condenar, que frente a un anuncio que visibilice nuestra realidad, aun de forma normativa, hay cientos de miles de expresiones y representaciones que perpetuan unos determinados patrones de comportamiento respecto a nosotros y nosotras; y que el joven árbitro recién salido del armario se ha visto obligado a hacerlo tras sufrir constantes insultos y amenazas en el campo.

La homofobia sigue presente, y es posible que con más agresividad ahora que en otros momentos. Pero parece que algunos sectores de nuestro movimiento andan con el paso cambiado. Si bien son cada vez más los colectivos -y cada vez más pequeños-, es perceptible la ausencia de una estructura reivindicativa sólida: se demandan cuestiones puntualísimas, y algunas que incluso carecen de la especificidad LGTB y pueden llegar a comprometer las libertades de otras personas. Nuestro movimiento se ha ido institucionalizando y, aunque es una ventaja que es preciso aprovechar, parece que la dependencia de las instituciones públicas han vuelto a edulcorar, una vez más, sus reivindicaciones que, como digo, carecen de la perspectiva global de la que disfrutaban hace unas décadas.

En los años ’70, poco después de las revueltas de Stonewall que sirven como mito fundacional a la segunda ola de nuestro activismo, perseguíamos la liberación sexual. Hoy parece que no alcanza el magín discursivo más que para celebrar lo que ya hemos conseguido, con algunas puntualizaciones. Pero detrás de la alegría no es posible olvidar que sigue agazapada y esperando dar nuevos zarpazos esa misma bestia contra la que luchaba Ulrichs: la homofobia sigue ahí, camuflada bajo nuevas formas de discriminación, y aún vestida con las mismas galas que siempre. Siguen siendo frecuentes las agresiones, que ahora inlcuso han aumentado.

El Feminismo nos enseña el camino: después del primer objetivo la reivindicación debe ser global. Si las mujeres encontraron que su mayor problema son las diferentes formas de violencia contra la mujer, el activismo en defensa de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales puede refundarse -o recuperar el espíritu de los años ’70-, redescubriendo la homofobia como una forma evidente de violencia, y seguir trabajando para tratar de erradicarla. El nacimiento del citado Observatorio Madrileño supone una bocanada de aire fresco: celebraremos en su momento, pero es urgente atajar el problema que suponen las agresiones. Parece que hemos encontrado el camino.

Decía Barbara Smith que «la homofobia es normalmente la última de las opresiones que se menciona». Si volvemos a hablar de homofobia, que es a fin y al cabo nuestra función primordial como activistas, podremos refundar nuestro movimiento. Es urgente.

Publicado en Bez el 9 de mayo de 2016.

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