Henrio O., el hombre gay de procedencia nigeriana que iba a ser deportado esta semana, se queda en España gracias a la alarma provocada por Fundación Triángulo y a la rápida respuesta de Concepción Dancausa, la delegada del Gobierno en Madrid que, gracias a esto, consigue limpiar relativamente su maltrecho expediente tras haber permitido una concentración de ultraderecha en contra de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales el mismo día en que se celebraba la manifestación del Orgullo LGTB. La alegría que nos provoca haber impedido que un hombre gay perdiera su libertad y posiblemente su vida de haber sido deportado a su Nigeria de origen, donde la homofobia está institucionalizada, no debe hacer que olvidemos la dificultad a la que se enfrentan numerosas personas no heterosexuales procedentes de culturas diferentes a la occidental cuando solicitan asilo en alguno de nuestros estados supuestamente garantes de los derechos de la diversidad. Porque son muchas las ocasiones en que la respuesta a la solicitud es que las argumentaciones de los demandantes de asilo no son creíbles, como sucedía en el caso de Christelle Nangnou, o en que se pide justificar la propia cualidad de nuestra sexualidad diversa a través de los métodos más peregrinos y humillantes. El problema de fondo es que, en nuestra batalla contra la uniformidad en cuanto al sexo y al género hemos desarrollado, de un modo más o menos consciente, una nueva normativa cuyo problema no es únicamente que en lugar de estar construida como alternativa se constituya como relativamente dependiente del modelo hegemónico, sino que en su hegemonización deja fuera otras muchas posibles vivencias de la Diversidad Sexual y de Género. Es lo que se ha venido llamando Imperialismo Gay.
Sucede que son muchas las ocasiones en que nuestra mirada como personas no heterosexuales construidas en la cultura occidental, e incluso nuestra visión colectiva como Occidente -incorporada ya a nuestra capacidad de análisis unos modos posibles de vivencias de la Diversidad-, no es capaz de comprender la realidad de las personas cuyos comportamientos e identidades se apartan de la normativa sexual si ésta no es coincide con la nuestra. Por eso interpretamos erróneamente algunos comportamientos de otras culturas, entendiéndolos como diversos cuando en realidad forman parte de la normativa concreta de la cultura a la que nos enfrentamos. El caso más habitual es considerar que dos hombres que paseen cogidos de la mano siempre constituirán una pareja sexual si bien esto, válido para Occidente, no supone ninguna transgresión a lo normativo en los contextos propios de la cultura árabe, que considera tácito, tradicional, e incluso llega a poner en valor ese comportamiento. Así, dos hombres que caminan agarradas sus manos en una calle de cualquier ciudad del norte de África no significan más que dos personas unidas por un grado aceptable de confianza, mientras que dos hombres en la misma situación en una avenida europea se leen como una pareja sexual con cierto nivel de compromiso. Y el problema surge cuando son dos varones de cultura árabe los que pasean cogidos de la mano por una calle de Occidente, porque los occidentales veremos una realidad que no se corresponderá con la verdad. Así, por si alguien lo ha pensado, no es que Lavapiés se haya llenado de matrimonios de hombres gais de etnia árabe; es que en esta cultura coger de la mano a un amigo o conocido no significa ser su pareja. Basta con aprender a graduar adecuadamente nuestras lentes para analizar la realidad, entendiendo que no es sólo posible la nuestra sino que un mismo comportamiento puede significar diferentes cosas en diferentes culturas. Y que las culturas pueden convivir y es tan absurdo como excluyente tratar de imponer nuestros puntos de vista al resto.
Y este mismo principio nos sirve para valorar y entender debidamente una sola cultura, la nuestra. En España lesbianas, gais, bisexuales y transexuales sumamos en torno a 4.600.000 personas, según la estadística conocida de que constituimos el 10% de la población total, si bien quienes nos dedicamos de forma más o menos activa a la defensa de nuestros derechos somos unos pocos miles. Esto significa que menos del 1% de las personas LGTB españolas generamos el discurso reivindicativo sobre nuestros derechos, con no pocas divergencias, y construimos con nuestra visibilidad un modelo de comportamiento ético y comprometido que puede seguir el resto. Pero nuestro número tan reducido conlleva un problema fundamental: ¿cómo hacer llegar nuestros planteamientos, que entendemos como correctos, al resto de la población no heterosexual? Porque ocurre que existen prácticamente tantas maneras de vivir la Diversidad Sexual y de Género como personas que nos encontramos atravesadas por esta forma de no encajar en la normativa, y es tan complicado como ilícito descubrir qué modelos son adecuados y cuáles no lo son. Posicionamientos conservadores que prefieren el armario, fórmulas convencionales que visibilizan su heterodoxia sexual en lo puramente cotidiano pero sin participar en la vindicación activa de nuestros derechos más que ocasionalmente, y patrones activistas centrados en lo reivindicativo han de convivir como las tres posibilidades fundamentales, muchas veces enfrentadas entre ellas. Desde el punto de vista de la reivindicación organizada es habitual perseguir un modelo común basado, al menos, en la visibilidad, si bien nunca hemos llegado a concretar en qué consiste realmente ser visible, pues son muchas las ocasiones en que la visibilidad ha sido una constante y para el modelo intermedio no parece necesaria la reivindicación constante de la propia identidad, cuando ésta es ya manifiesta en lo cotidiano. La perspectiva conservadora reivindica el derecho al armario, por contra, derecho que el discurso activista pone en tela de juicio al interpretarlo como producto de la opresión de la que se ha de tratar de escapar. Y entre unos y otros enfrentamientos sobre posibles posiciones personales es obvio que es prácticamente imposible que prime una frente a las otras y, en todo caso, vencería la que menos nos gustase a los y las activistas, por cuestiones puramente numéricas.
La cuestión de fondo es, no obstante, si tal y como era necesario al tratar de diferentes puntos de vista en distintas culturas, que han de convivir siempre que, al menos, sean posiciones libres de opresión y merecen en ese caso todo el respeto por el resto de posibilidades, los diferentes modelos dentro de una misma cultura no pueden también convivir desde la comprensión de que es lógico que la diversidad se manifieste de diversas maneras. Si el posicionamiento común parte de un fundamento ético tan fácil como es el respeto hacia los puntos de vista diferentes y el trabajo de cada modelo por tratar de involucrar al resto en la consecución de sus objetivos, que desde uno u otro lado no dejan de ser comunes en lo fundamental, evitaríamos que nuestros cismas supusieran, como de hecho puede suceder, un fortalecimiento del sistema heterosexual unívoco y discriminatorio, que crece al no encontrar posiciones alternativas. Resulta muy duro que se nos acuse desde las posturas más conservadoras a los activistas de radicales, cuando nuestra intención es asegurar su libertad, respetando sus posiciones que podemos compartir o no; y más triste aún, ya en el lado activista, que haya quien interprete que la divergencia de posicionamiento con el propio de la reivindicación es un caso de homofobia interiorizada, que bien pudiera serlo, pero que lo condene y abandone en lugar de trabajar para tratar de liberarlo de ese planteamiento de base que considera equivocado. En un caso así, que los hay, se demuestra que la mismísima homofobia puede disfrazarse de activismo, cuando en lugar de perseguir el bienestar para la colectividad, con todas sus diversidades posibles, se pretende imponer el modelo propio a costa de otros bienestares posibles.
Hay muchas formas de no ser heterosexual y lo significativo no es sólo su vinculación o dependencia del modelo de la heterosexualidad normativa. Lo importante es que nos sea posible defender y reivindicar todas esas posibilidades porque quienes las viven se consideran felices de vivirlas, y hacer llegar nuestro discurso a todas ellas para colaborar con nuestro trabajo al que es nuestro verdadero objetivo: que la gente sea más feliz viviendo como quiere vivir, libremente.