Para Beatriz del Hoyo,
modelo de heteroconsciencia
La celebración del Orgullo en Madrid conlleva siempre una serie de rituales: asistir al pregón de las fiestas, participar en la manifestación de un modo más o menos activo, deambular por las calles de Chueca… y este año ha comenzado lo que será una nueva tradición: la colocación de la bandera arcoíris en decenas de edificios oficiales. Nuestra bandera ha servido para que las nuevas corporaciones municipales y gobiernos autonómicos hagan visible el cambio político y habrá que ver ahora si a la vindicación de los colores del movimiento en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales realmente acompañan las más que necesarias políticas públicas contra la discriminación, o sucede que, como bien pudiera pasar, colocar la bandera se convierta en el nuevo «tengo un amigo gay», cuya cita siempre aporta impunidad a la intolerancia.
Pero desde el año pasado existe una tradición más: la opinión del heterosexual, que dio comienzo con Cristina Cifuentes, la nueva y «abanderada» presidenta de la Comunidad de Madrid, cuando no dudó en comentar que no consideraba que nuestra manifestación estuviese recogida bajo el derecho constitucional a manifestarse, ya que nosotros y nosotras, en nuestro Orgullo, incorporamos carrozas a nuestra marcha. Esta responsabilidad ha recaído en este 2015 en Leopoldo Abadía, conocido por haber publicado diferentes títulos sobre la crisis económica. Y es que este simpático personaje ha compartido en The Objective una columna de opinión que resulta interesante: «Si yo fuera gay«.
En la línea de algunas voces extravagantes que reclaman un “Orgullo Hétero”, pues se sienten discriminadas por todas las personas no heterosexuales que visibilizanos sin vergüenza nuestras cualidades sexuales heterodoxas con Orgullo, Leopoldo Abadía se pregunta dónde están las fotografías del “Orgullo No Gay”, de qué tienen que presumir los “No Gays” –lo escribe así, con <y>, demostrando que desconoce que en castellano y según la Academia el plural de “gay” es “gais”- y por tanto por qué “presumimos” los “gays”; y reivindica que el día en que quiera presumir de no ser gay se vestirá de un modo que inspire respeto. Resulta impactante en primer lugar que el doctor Abadía tome como referente en cuanto a normativa de conducta sexual la gaicidad, ya que quiere definirse con la negación de esa etiqueta. Hasta donde yo sé, que es poco, lo habitual es que seamos las minorías quienes construyamos nuestras identidades según una oposición más o menos radical a lo normativo… pero aceptemos como hipótesis que don Leopoldo ha podido criarse en una cultura donde la homosexualidad sea la conducta sexual ortodoxa y él sienta su sexualidad claramente minoritaria y perseguida. En segundo lugar, y apoyando ya sus comentarios, yo también puedo preguntarme de qué deben presumir las personas heterosexuales y -copiando literalmente su pregunta, “¿por qué no prueban a vivir sin estarnos diciendo constantemente que son como son?”- no queda otra que preguntarle tanto al autor de tan desafortunada columna como a un número muy significativo de personas hétero si tienen pensado dejar de restregarnos en la cara constantemente su heterosexualidad. Porque quizá no hayan reparado en ello, pero cada vez que nos hablan de sus parejas y de cómo han pasado junto a ellas el fin de semana, y de qué persona de distinto sexo es más o menos atractiva nos están recordando que son heterosexuales. Y nosotros y nosotras, que no lo somos, en casi todas las ocasiones nos quedamos en silencio, porque sabemos que en caso de manifestar nuestra heterodoxia sexual nos podríamos enfrentar al despido de nuestro puesto de trabajo, a una agresión física o verbal o al consabido “dejad de decirnos constantemente que sois como sois”. Curiosa incapacidad la que lleva a hacer estos análisis sociales tan burdos, que no puede detectar que su punto de vista parte de una serie de privilegios y llega así a reivindicar un Orgullo Heterosexual.
Pero dejando a un lado estas opiniones, que harían las delicias de Juan Luis Arsuaga pues demuestran que Sapiens y Neandertales efectivamente llegaron a convivir y parece que aún conviven; es preciso diferenciar a estos heteroignorantes cada vez menores en número y abocados a la extinción de un grupo cada vez mayor de personas heterosexuales que no sólo empatizan con nuestras reivindicaciones como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, sabedoras de que en la defensa de nuestros derechos se incluye también la de los suyos; sino que también son capaces de observar la estructura de poder que privilegia una forma única de sexualidad y condena las que no encajan en esa norma. Son los heteroconscientes –hétero sapiens-, que ya contamos por miles, y que encontramos cada vez más presentes en nuestras manifestaciones, alzando su voz junto a las nuestras reclamando nuestros derechos como suyos propios. Prueba de ello son algunos otros artículos inteligentes que es posible encontrar cuando se acerca el Orgullo, como el «Visibles y Orgullosos” que nos ofrecieron Juantxo López de Uralde y mi querida Beatriz del Hoyo, dejando claro que, aun siendo heterosexuales, saben perfectamente que no necesitan de ningún “Orgullo Heterosexual”.
El problema surge cuando nos preguntamos cómo incorporar adecuadamente a estas personas heteroconscientes a nuestro trabajo activista. Las feministas comprendieron rápido que permitir la participación de los hombres en la construcción de su discurso lo desvirtuaba, ya que no se comportan del mismo modo las mujeres cuando hay una presencia masculina que cuando no la hay. Y en nuestro caso sucede del mismo modo: lesbianas, gais, bisexuales y transexuales necesitamos de la existencia de un espacio propio para que nos sea posible analizar libremente nuestras realidades y descubrir cuáles son realmente nuestras reivindicaciones. Pero cuidado, la existencia de un espacio propio no debe ser el objetivo, sino sólo un medio para conseguirlo, pues de lo contrario no obtendríamos más resultado que una mayor diferenciación entre nuestra realidad y la realidad normativa de la heterosexualidad. Y para evitarlo es preciso involucrar al otro en nuestro trabajo activista; hacer a las personas heterosexuales partícipes de nuestras manifestaciones, de la vindicación de nuestros derechos. De otro modo sólo generaríamos discursos autófagos, de consumo propio, cuidadísimas construcciones teóricas cuya única utilidad práctica sería su contemplación, pero que no llegarían a conseguir ninguna transformación real. Es preciso contar con las personas heterosexuales que ya se nos presentan dispuestas a compartir nuestras reivindicaciones, pues sólo a través de ellas es posible que nuestro mensaje llegue a los oídos de quien debe escucharlo. Vienen a nuestra lucha cotidiana añadiendo a nuestras herramientas el privilegio de su heterosexualidad, que les permite hacer llegar nuestro discurso, generado en nuestros espacios propios, a otras personas heterosexuales que aún no lo han asumido, quizá porque al escucharlo de nuestros labios no han querido considerarlo como discurso aceptable.
El único camino seguro hacia nuestra Ítaca, de esta suerte, hemos de transitarlo en compañía de personas heteroconscientes. Toda ayuda es poca y resultaría un error estratégico desperdiciar el posible uso del mismísimo privilegio heterosexual en nuestro trayecto hacia la Igualdad Real. Si nuestro objetivo como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales es convencer a esas personas heterosexuales de que somos igual de respetables que ellas, aprovechemos el potencial de quienes aun no viéndose directamente afectados por las discriminaciones que padecemos se prestan a trabajar junto a nosotros y nosotras para erradicarlas y difundir nuestra palabra: ayudemos a quienes quieren ayudarnos a emplear la lengua que utilizamos para defender nuestros derechos, la lengua vibrante de quien pronuncia la libertad.