Yo soy lesbiana política

Yo que aprendí a pensarme con Gayle Rubin, con Monique Wittig, con Adrienne Rich, con Judith Butler, me encuentro últimamente con un curioso dilema: si bien soy un hombre cisexual que enfoca su deseo hacia los hombres, cada vez me siento menos cómodo empleando para mí mismo la etiqueta gay. Y esto se debe, creo, a que si bien acostumbro a criticar lo que se viene llamando el pensamiento heterosexual, me empieza a preocupar la construcción de una suerte de pensamiento gay, producido únicamente por hombres gais y encaminado únicamente a defender sus intereses particulares, olvidando cualquiera de las posibles y necesarias intersecciones que se plantean en las reivindicaciones de los varones homosexuales.

Esta misma semana, entre tantas noticias, bastante desesperanzadoras, me ha llamado especialmente la atención un curioso avance científico: dentro de dos años, según informan los investigadores, será posible la creación de embriones procedentes de dos personas del mismo sexo. Así, ya no hará falta que, como hasta ahora, dos mujeres o dos hombres deban recurrir a la donación de gametos para obtener hijos biológicos, que lo serían únicamente de uno de los miembros de la pareja. Será posible que dos personas del mismo sexo se conviertan en padres o madres biológicas.

Dejando a un lado la cuestión de la vindicación de la parentalidad biológica -tan conservadora aún bajo una apariencia progresista-, que sólo soy capaz de argumentar en caso de que haya por medio algún título nobiliario, que por regularse según el derecho de sangre implica, dentro de su lógica particular, la necesidad de un vínculo genético entre padres e hijos; observo que aunque hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad dos hombres deberían seguir recurriendo a una mujer que les cediera su útero para poder obtener un hijo biológico. Y esto nos devuelve al enterno tema de la gestación subrogada y el vientre de alquiler cuyo debate ocupó los vínculos de este gran medio que es Cáscara Amarga hace unas semanas. No retomaré la cuestión, pues creo haber dejado claras en su momento mis reflexiones sobre cómo afrontar este problema, pero sí que me resulta interesante recuperar una palabra, gayfobia, con la que se acusaba al PSOE desde Son nuestros hijos tras una reunión para abordar este tema. Dejando a un lado la mención del «matriarcado hegemónico» en el texto, porque estas líneas mías no tiene intenciones cómicas y menos cuando se habla de los derechos de las mujeres, quiero detenerme esta semana en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer, en reflexionar si tras la acusación de una supuesta gayfobia puede esconderse en determinadas ocasiones uno de nuestros peores conocidos: el machismo.

Los gais, como hombres, a veces somos peligrosos. No tenemos por qué relacionarnos con más mujeres que nuestras madres, hermanas y abuelas, y la falta de perspectiva puede hacer mella en nuestra forma de apreciar las necesidades reales de las mujeres. Igual que los hombres heterosexuales, somos muy dados a tomar la palabra para hablar del feminismo, e incluso para explicárselo a las propias mujeres. Al ya clásico mansplaining, que es como se ha venido a denominar el procedimiento por el que un hombre cree que debe y puede explicar a una mujer cualquier cuestión que ella conoce a la perfección; ha de sumarse un gaysplaining, término que acabo de inventar para denominar una curiosa tendencia que a veces presentamos los hombres gais: tomar la palabra en nombre de todo el conjunto de personas que integran la diversidad sexual y de género, dando por sentado que conocemos sus necesidades y reivindicaciones. Y de este gaysplaining no nos libramos ninguno, ni yo mismo en este texto. Pero déjame continuar.

Las reivindicaciones de los hombres gais, si nos detenemos a pensar, están suficientemente recogidas hoy en todo el discurso del Movimiento LGTB. Porque nuestras necesidades son también las de las lesbianas y de las personas transexuales y bisexuales, si bien todas ellas añaden a nuestra lucha ciertas especificidades. Las lesbianas incorporan el hecho de ser, además de homosexuales, mujeres. Las personas transexuales la apasionante cuestión de la construcción del sexo y el género, y una serie de reivindicaciones para poder construirse como las personas que son. Las personas bisexuales añaden la lucha contra la dicotomía, el gran problema de la bifobia que aún debe ser explicado mil veces. Y todas estas reivindicaciones específicas necesitan ser visibilizadas por las propias lesbianas, transexuales y bisexuales. Los hombres gais no añadimos a la lucha común más que dos cuestiones: la necesidad de algún espacio seguro, fundamentalmente en nuestra adolescencia, acompañados de otros hombres gais en los que nos sea posible hablar tranquilamente de nuestros deseos; y la imposibilidad de la reproducción biológica junto a la persona que queremos. Y en este hecho tan particular descansa todo el discurso que reivindica la gestación subrogada: en que, de algún modo, hemos creído que únicamente nos es posible ser padres si no mantenemos un vínculo genético con una persona recién nacida.

Se nos olvida que la adopción, aunque difícil, sigue existiendo como posibilidad; y se nos olvida que existen modelos de familia diversos donde desarrollar nuestros deseos de paternidad sin imponer nuestro derecho sobre los derechos de nadie. Y por eso, para construir nuestra soñada Sagrada Familia: Papá, Papá y el Hijo subrogado, hemos de recurrir siempre a una mujer que nos brinde su útero durante nueve meses. Y no deja de ser curioso que, enfrentados a la supuesta imposibilidad de la reproducción, deba ser una mujer la que entre en el juego y CEDA para que obtengamos un deseo. Salvando las muchas diferencias, no deja de recordar esta cesión a la que los hombres que desean a las mujeres y no tienen habilidades para relacionarse con ellas intentan someterlas: la prostitución. Y yo no dejo de preguntarme cómo es posible que el derecho de un hombre al sexo o a la reproducción pase siempre por que una mujer deba ceder su autonomía. ¿No existen otras posibilidades? Si no consigues seducir a nadie, ¿es necesario regular la prostitución o quizá deberías aprender a relacionarte de otro modo con las mujeres? Si no yo no puedo ser padre biológico junto a un hombre ¿es preciso regular el vientre de alquiler o quizá debería deconstruir de una vez por todas el biologicismo y reclamar unos procedimientos de adopción más rápidos y comprometidos con mi realidad? No creo que la solución a las “necesidades” del varón deban pasar siempre por someter el cuerpo de la mujer a la valoración económica. Ni, en el caso de que no haya transacción monetaria, creo que los presuntos derechos del varón pasen por que el mismo varón tome la palabra para reivindicar la libertad de las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo, cuando en gran parte de las ocasiones esa libertad nace coaccionada, precisamente, por la demanda de cesión que realiza un hombre.

Cada vez me preocupa más este pensamiento gay que se viene construyendo al margen del feminismo. Cada vez me identifico menos con una palabra que, si bien sigue definiéndome, se refiere casi únicamente a un modelo de vivir la homosexualidad masculina y a una forma concreta de pensar que se asocia a esta forma particular de vivir la gaicidad. Cuando un hombre definido como gay acusa de gayfobia a una mujer que no quiere ceder sus derechos como mujer en pos de la consecución de una necesidad del varón gay a mí me entra cierta vergüenza de mi etiqueta. Me doy cuenta de que yo, hombre cisexual que se siente atraído por hombres, prefiero no llamarme gay cuando reconozco el machismo en quien abandera esa etiqueta que tradicionalmente me servía para denominarme. Y es que que yo, antes de gay, soy feminista. Y esto me supone un gran problema porque, aun siendo definido como gay, creo que no puedo participar de este pensamiento gay y, así, naciendo gran parte de mis pensamientos de mi cualidad de homosexual, no me queda otro camino que abrazar -con muchísima ilusión- el pensamiento lésbico, que nunca abandona los posicionamientos feministas. Por eso esta semana más que nunca, si vosotras, compañeras de lucha y pensamiento, me lo permitís, quiero volver a etiquetarme. Yo soy lesbiana política. Y que viva la lucha de las mujeres.

Publicado en Cáscara Amarga el 7 de marzo de 2015.

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