Yo no quiero ser minero: Igualdad Global y activismo concreto

¿Cómo es más adecuado afrontar el trabajo en defensa de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales? Sólo en esta semana hemos conocido varias noticias que nos afectan directamente: en Carolina del Norte un hombre de ideología neonazi ha matado a su jefe por ser gay, mientras que en Rusia el vídeo de lanzamiento de candidatura de Hillary Clinton ha sido calificado para mayores de 18 años por incluir parejas del mismo sexo. Mucho más cerca de nosotros la vicepresidenta de la asociación melillense AMLEGA ha recibido amenazas por ser lesbiana. Para que tengamos más motivos para preocuparnos, por si los habituales fueran pocos, el Ministerio del Interior ha publicado su Informe de Delitos de Odio, gracias al que descubrimos que las agresiones motivadas por homofobia, bifobia y transfobia suponen un 40% del total y que, echando cuentas, en nuestro país se produjo en 2014 aproximadamente una agresión cada hora y tres cuartos. Dejaré a un lado que el Ministerio considera que es posible la discriminación por ser heterosexual, tal como aparece en el estudio, y continuaré hablando de cuestiones reales mientras Jorge Fernández Díaz sigue analizando la realidad a su manera.

Las malas noticias son demasiado habituales, como vemos, aunque en ocasiones contamos con alguna que es posible celebrar: la semana pasada nos alegrábamos de que, por fin, el Metro de Madrid lanzara una campaña en favor de la Igualdad de las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales ( http://www.cascaraamarga.es/politica-lgtb/lgtb-espana/11162-presentan-la-primera-campana-en-pro-de-la-igualdad-real-de-personas-lgtb-en-metro-de-madrid.html ) gracias al trabajo de Cogam y Arcópoli y con la presencia inesperada de Colegas, como respuesta a una serie de sucesos que llevan tiempo ocurriendo en el suburbano. Recordamos un vídeo con un energúmeno insultando a dos jóvenes y un caso más reciente, en que se filtró una nota de seguridad que animaba a los guardias del Metro a vigilar especialmente a homosexuales, músicos y personas que ejercen la mendicidad. Si bien esta campaña supone una alegría, ya que se descartó inicialmente –no sabemos si como consecuencia de presiones del propio Partido Popular, en el gobierno de la Comunidad de Madrid, o motivadas por los celos de alguna entidad no incluida en su desarrollo primero-, ha sido relativamente criticada. Se señala que si bien defiende los derechos de la Diversidad Sexual y de Género –por primera vez en la historia de Metro- olvida otras personas agraviadas. Entonces, ¿cómo hemos de llevar a cabo nuestro trabajo como activistas? ¿Trabajamos lo concreto o afrontamos la problemática global dejando a un lado nuestra propia especificidad?

Cuando hablamos de Igualdad se hace difícil evidenciar que no sólo nos referimos a la Igualdad de la Mujer. El feminismo, en su magnífico desarrollo, ha conseguido que se identifique el concepto con su lucha específica y es preciso buscar nuevas palabras para hablar de otras muchas igualdades: étnica, por orientación sexual e identidad de género, según la diversidad funcional, edad, etc. Por eso, y para no renunciar al término de la Igualdad, acostumbro emplear Igualdad Global para tratar una serie de políticas comunes que se requieren para garantizar la no discriminación más allá de la que nace específicamente del machismo. Nuestra España «fea, católica y sentimental» ha evolucionado mucho para saber afrontar y tratar de erradicar la problemática social que se deriva de la misoginia, pero sigue sin reconocerse en nuestro contexto cuán hondo cala el discurso del odio hacia cualquier forma de diversidad humana. Pocas son las personas que saben de la importancia de hablar alto y claro de los Delitos de Odio y de cuán necesario es hacer frente adecuada y definitivamente a diferentes formas de discriminación que siguen provocando que existan ciudadanos de primera y una inmensa y diversa ciudadanía de segunda clase. El gran problema es que, además de compartir todas esas diversidades importantes puntos en común, presentan determinadas características específicas que convierten cada problema concreto en una cuestión que debe ser abordada desde lo global, por supuesto, pero sin perder la atención precisa que requieren.

Me preocupa que, como consecuencia de esta visión global que empieza a ponerse en discurso en el activismo por los Derechos Humanos, acabemos perdiendo el valor que aporta la perspectiva de la concreción. Desde que Teresa de Lauretis acuñara el concepto queer hace ya veinticinco años, la llamada teoría queer -relativamente superada ya en el campo teórico- ha venido defendiendo que es necesario el análisis global de la discriminación. Estoy completamente de acuerdo en que, desde un punto de vista teórico, todas las personas padecemos diferentes procesos discriminatorios que, al cruzarse, generan nuevas formas específicas de discriminación. Así yo mismo -un hombre cisexual, gay, blanco y de clase media (creo)- sufro la homofobia de un modo diferente al que afronta una persona que a mi caracterización añade la cualidad de ser negra. El problema es que este análisis teórico, al trasladarse al activismo de calle, cotidiano y por necesidad mucho más sencillo, es habitualmente muy poco productivo y, además, resulta incluso contraproducente. Si el trabajo por los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales en nuestro contexto es, aún muy avanzado, comparable a la maquinaria básica del 600 que sólo permite determinados trayectos para llegar a alcanzar su destino de manera satisfactoria, al aplicarle la teoría queer -que en la metáfora se correspondería con la tecnología más avanzada y, por puramente teórica, equivaldría a la mismísima fusión fría- se consigue un confuso pastiche que ni es teórico ni práctico y habitualmente sólo fomenta la confusión. De esta suerte, la reivindicación de un activismo transversal, que empieza a ponerse de moda y que obligaría al activismo dedicado a la diversidad sexual y de género a implicarse muy activamente en otras luchas como la de clase -supuestamente más tradicional pero en realidad cien años más joven que las primeras reivindicaciones feministas y la de los derechos de las personas no heterosexuales-, si bien se realiza bajo la excusa de una hipotética repolitización del trabajo en defensa de los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales no consigue sino despolitizarla, subrogándola a otros trabajos en defensa de otros derechos que, si bien nos afectan directamente como personas, únicamente tocan de manera tangencial nuestra especificidad como personas no heterosexuales.

Para poner un ejemplo es posible tomar cualquiera de los recortes salvajes que el actual gobierno del Partido Popular ha llevado a cabo y plantearnos si, como activistas en defensa de la diversidad sexual y de género, debemos denunciarlos de manera global o detenernos particularmente en los puntos que nos afectan. Porque la denuncia en conjunto nos acaba convirtiendo en otra cosa: si señalamos la injusticia de la legislación laboral en realidad somos activistas de los derechos laborales, si señalamos la injusticia de la legislación educativa en realidad somos activistas por la educación. Si somos activistas en defensa de los derechos de personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales nuestro principal trabajo no es acudir con las banderas del arcoíris a las manifestaciones de los sindicatos y el estudiantado, que lo es en segundo plano, sino organizar nuestras propias manifestaciones denunciando todo un sistema heterosexual que nos discrimina y se evidencia en aspectos específicos de muchas y diferentes leyes. Nuestra agenda hemos de desarrollarla de manera autónoma, y no al rebufo de otros movimientos sociales con los que, por supuesto, compartimos muchos de nuestros objetivos por solidaridad -como siempre a la espera de que la solidaridad sea bidireccional-. Por mucho que esta trampa de la transversalidad repolitizante sea atractiva, no deja de esconder, con esa astucia con la que el neoliberalismo acosumbra ocultar sus verdaderas intenciones, un intento de desvirtuar nuestra reivindicación y subeditarla a otros fines, que ciertamente vendrían muy bien a determinadas organizaciones políticas que agonizan.

Así hallamos el ejemplo de una reciente película, Pride, en que un grupo de activistas LGTB abandonan su trabajo específico para dedicarse a la defensa de los derechos de los mineros en el Reino Unido de Tatcher. Aunque entretenida y emotiva no deja de mostrarnos una visión muy particular del activismo: esa transversalidad práctica de que vengo hablando y que casualmente en ese caso produjo efectos beneficiosos para la lucha concreta de la Diversidad Sexual y de Género. Pero no hemos de olvidar que, tal como se muestra de forma secundaria en la película, en el momento histórico en que los mineros defendían sus derechos nos enfrentábamos a la primerísima crisis del VIH y las muertes se producían a diario.

La pregunta de qué trabajo activista es más correcto, si el propio y específico o el que nos afecta de otro modo que en tanto lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, de manera concreta, es difícil de resolver. Creo fervientemente en el análisis teórico transversal, en la defensa de una Igualdad Global como objetivo global, pero a través de un trabajo específico que unido a otros muchos trabajos específicos de otros y otras activistas en otras materias nos llevarán a construir un nuevo orden de la Igualdad. Me preocupan discursos como el de Marisa Castro, antigua diputada de Izquierda Unida, que terminan sus intervenciones en los premios de FELGTB felicitando a los trabajadores de Coca-Cola por la anulación de su ERE, cuando nos enfrentamos, en este preciso ámbito de nuestros derechos como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, a una agresión cada hora y tres cuartos. Me preocupa que se premie un discurso que elimina la reivindicación concreta y deriva el trabajo específico hacia otros espacios, porque cuestiona un discurso que ha demostrado ser útil para la consecución de derechos y acaba por arrancarle la esencia a todo un colectivo determinado. Hay demasiadas cosas que hacer en nuestro caso concreto como para dedicarnos a otros trabajos, con los que nos solidarizamos como es humanamente lógico y deseable, pero a los que no es posible prestar nuestro esfuerzo porque tenemos retos urgentes, tan urgentes como pueden ser el resto de objetivos. Por eso me esfuerzo en mi trabajo activista concreto, que trata de hacer buenos análisis teóricos y llevarse adecuadamente a la práctica, y defiendo derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, de manera específica, a diario. Yo no quiero ser minero. Que me perdone Antonio Molina.

Publicado en Cáscara Amarga el 18 de abril de 2015.

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