Cuando Wert disparó la ballesta quizá no sabía que algunos años moriría un profesor en un instituto de Barcelona. Aunque esta semana hayan muerto cerca de 1.000 personas en el naufragio de una barcaza repleta de inmigrantes que se dirigía a Lampedusa, la particular sensibilidad de los occidentales ha provocado que en España nuestro interés se derivara muy rápidamente hacia el terrible suceso en el centro de enseñanza donde un joven de trece años hirió a varias personas al irrumpir en clase armado con una ballesta de fabricación casera y un cuchillo de caza, como consecuencia de lo que parece ser un brote psicótico. Si bien el ministro corrió a declarar su abatimiento al conocer la noticia, resulta sorprendente que únicamente puedan encontrarse entre sus palabras alusiones a lo excepcional del caso y a la absoluta imposibilidad de haberlo previsto, a pesar de que según declaraciones de algunos de sus compañeros el alumno había anunciado en varias ocasiones durante la semana pasada que tenía la intención de matar a todos los profesores del centro. Wert pretende ahora crear un grupo de trabajo que unifique los protocolos de seguridad en la educación secundaria española para prevenir la violencia en los centros de enseñanza. Yo no dejo de preguntarme cómo es posible que el Ministro aún no se haya dado cuenta de que, aunque ha sido un chico menor de edad quien ha asesinado a su profesor, es él mismo quien hace unos años, cuando dio comienzo el desmantelamiento del sistema educativo, permitió que la violencia y sus prácticas volvieran a estar presentes en los colegios e institutos.
Lesbianas, gais, bisexuales y transexuales sabemos demasiado bien que a pesar del esfuerzo de muchos activistas el padecimiento de la violencia sigue formando parte de la enseñanza. Continuos estudios prueban que la práctica totalidad del alumnado no heterosexual ha sufrido algún tipo de agresión, que en ocasiones los ataques provienen de los propios profesores (en un escandaloso 11% de los casos), que los departamentos de orientación apenas tienen recursos para afrontar la realidad de la Diversidad Sexual y de Género y evitar que la homofobia, bifobia y transfobia se den cita en las aulas. Ante una agresión la mitad de los docentes no hace nada, y uno de cada cinco jóvenes que sufre la discriminación ha intentado suicidarse para escapar de ella. No sabemos cuántos han sido los que lo han conseguido.
Hace ya casi diez años el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero trató de paliar la situación que viven diariamente miles de jóvenes lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, entre otros muchos miembros de la comunidad, incorporando al curriculum educativo la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Con una fortísima oposición de los sectores más conservadores, entre los que como de costumbre brillaba la jerarquía de la Iglesia Católica, siempre dispuesta a promover el odio, llegaron a los institutos unos contenidos que tenían como objeto
favorecer el desarrollo de personas libres e íntegras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal, la libertad y la responsabilidad y la formación de futuros ciudadanos con criterio propio, respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía de forma eficaz y responsable (RD 1631/2006).
Para conseguir estos fines era preciso que se hablara, en nuestro caso concreto, de homosexualidad, bisexualidad y transexualidad en las aulas, que se explicara que la homofobia, bifobia y transfobia son incompatibles con la convivencia y la defensa de los Derechos Humanos. Las personas no heterosexuales ya adultas sabíamos que nuestra infancia y juventud habrían sido relativamente mejores si, en el momento preciso, alguien nos hubiera hablado de qué nos estaba pasando. Pero quienes siempre nos han odiado también eran conscientes de que, si nos lo hubieran explicado en su momento, quizá hoy no permitiríamos muchos de sus comportamientos bárbaros y reconoceríamos más adecuadamente con cuántas de sus declaraciones y actuaciones se ven amenazados nuestros derechos.
Finalmente todo el ruido que provocaron los difusores del discurso de Odio obtuvo sus frutos. En 2012 el ministro Wert anunció que nuestra Educación para la Ciudadanía sería debidamente recortada, como lo serían tantos de nuestros derechos, para eliminar las cuestiones que resultaban más escabrosas para la perturbada sensibilidad de los más extravagantes conservadores, y pasaría a denominarse Educación Cívica y Constitucional, si bien ni siquiera llegó a incluirse en el curriculum definitivo de la LOMCE. Junto a los apartados que hablaban abiertamente de nuestra realidad como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales desaparecían también los contenidos destinados a formar ciudadanos comprometidos con la solidaridad, educados en la condena de la violencia. Ahora ya sabemos cuáles son las consecuencias, aun “extraordinarias”, de aquel disparo contra la educación que aún hace temblar la mano del Ministro.
La pasada semana una piara de estudiantes de secundaria en un instituto de Pennsylvania organizó un “Día Anti-Gay”, llevando a cabo diferentes agresiones contra el alumnado no heterosexual y haciendo circular una “lista de linchamiento”, que ha provocado que ahora algunos jóvenes se nieguen a asistir a clase. En España no tenemos información acerca de ninguna acción de este tipo, pero no será raro que acabe llegando a los noticiarios algún nuevo suceso “extraordinario”. No sabemos si ya hay alguna víctima mortal de la discriminación por orientación sexual y de género entre el alumnado de nuestros centros educativos, pero sí que los delitos de odio han aumentado, en un 115% en el caso de la Comunidad de Madrid. No sabemos qué lleva a algunos jóvenes de nuestro país a suicidarse, pero es evidente que el padecimiento de la violencia homófoba, bífoba y tránsfoba podría explicar numerosos casos.
Sin una formación adecuada para el profesorado que le permita preveer incidentes que sin la debida preparación no pueden ser calificados sino como “extraordinarios”; sin los recursos precisos para que los departamentos de orientación conozcan convenientemente los diferentes problemas a los que se enfrentan los estudiantes, sin unos contenidos precisos que fomenten una educación comprometida con la defensa de los Derechos Humanos, que condenen cualquier forma de discriminación y reprueben una y mil veces el uso de la violencia, podrán organizarse cientos de grupos de trabajo para desarrollar protocolos de seguridad, que no harán sino aumentar el control social sin asegurar ningún tipo de convivencia pacífica, pero seguirá sin realizarse el trabajo necesario para erradicar la intolerancia de nuestra cultura. Ahora que sabemos de dónde vienen las flechas que nos ponen en peligro, necesitamos que nos devuelvan nuestra Educación, para seguir construyendo nuestra Ciudadanía.