Yo sé quién soy

Los cuentos infantiles, las primeras obras de ficción a que se enfrentan los niños y niñas y que suponen por tanto sus primeros referentes en cuanto a cómo estructurar sus relaciones con su entorno, han experimentado una revolución en los últimos años gracias a la que han empezado a presentar otras formas de realidad sobre las que poder construir su identidad. Pero hace unos días el ministro de información de Singapur, Yaacob Ibrahim, ha anunciado que serán destruidos cientos de ejemplares de tres obras de literatura infantil que presentaban de manera muy positiva formas de familia alternativas a la tradicional, semanas después de que el país celebrara su Orgullo, el Punto Rosa, con un gran éxito de participación. No obstante, y a pesar de la censura y sus contradicciones en algunos territorios, cada vez es más sencillo encontrar textos que presentan narraciones que incorporan la diversidad como un factor positivo: parejas de pingüinos macho que forman familias y príncipes que rescatan a otros príncipes que vienen a sustituir a los clásicos en que no se ofrecen otras realidades afectivas y familiares… Pero esos clásicos pueden ser reinterpretados, y pueden llegar a decirnos mucho más de lo que dicen a primera vista.

Hace años leí un artículo -que no he sido capaz de volver a encontrar- que realizaba una interpretación queer de La bella durmiente: defendía que príncipe y princesa no eran sino la misma persona y aquél debía luchar contra el dragón de lo normativo para conseguir despertar su parte femenina. Del mismo modo, no hace mucho saltó la noticia de que La sirenita no es otra cosa que una declaración de amor de Andersen para Eduard Collin donde el famoso recopilador de historias plantea un amor imposible, precisamente por la existencia de una cola de pez. Son muchas las historias de las que podemos reapropiarnos, pero quizá el quinto capítulo de Alicia en el país de las maravillas sea la que mejor se ajuste a lo que todas las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales hemos tenido que enfrentarnos: Alicia se encuentra con la Oruga y ésta le pregunta ¿Quién eres tú? sin que la niña sepa qué responder, porque varios cambios, de tamaño en su caso, a lo largo del día han provocado una severa confusión sobre su propia identidad. A nosotros puede ocurrirnos lo mismo: ¿quiénes somos, con todas nuestras transformaciones a lo largo del día?

Cuando cursaba el segundo año de Filología Española realicé un trabajo que recopilaba una buena cantidad de términos que describen realidades que afectan a personas cuya sexualidad se escapa de la ortodoxia. Son en total unas 2.500 palabras tan sólo en castellano, muchas olvidadas y poco conocidas, otras de uso muy frecuente. Pero desde entonces soy poco amigo de emplear cualquiera de ellas para describirme a mí mismo, porque entendí que mi sexualidad quizá no encajara perfectamente en ninguna. Es conocida la diferencia entre marica, término despectivo reapropiado, homosexual, vocablo descriptivo de un origen científico, y gay, concepto para denominar al hombre -y mujer, en inglés- atraído por personas de su mismo sexo con conciencia política de ello. Suelo citar, para ejemplificarlo, a Michael Denneny: «homosexual y gay no son la misma cosa; gay es cuando decides que sea importante». Pero al mismo tiempo gay se asocia hoy a un modo específico de vivir la homosexualidad, una manera de performarla que quizá tenga poco que ver con su connotación más política. Quizá cada palabra sea efectiva sólo en algún instante del día, y siempre según los distintos significados que asociemos a cada término. Puede que sólo seas gay las tardes que vas a una manifestación o te acercas a una reunión en un colectivo, tal vez haya quien sólo sea gay cuando va al cine con su pareja, cuando camina con ella por la calle, cogidos de la mano, o cuando entra con sus amigos en una discoteca. Puede que unos y otros nos leamos simplemente como homosexuales, y es seguro que muchos sólo sabrán definirnos como maricas. La interacción de cada persona con las palabras que creemos fijas en el firmamento conceptual provoca un estallido: cada término se mueve según unas leyes singulares que lo hacen gravitar en torno a quien lo emplea. Podemos imaginar, para que nos resulte más sencillo, que cada adjetivo se refiere a una única cosa inmutable, eppur si muove.

Lo mismo le sucedió a Alicia. Su malestar para con su propia identidad se refería a su tamaño, y por eso la Oruga le ofreció comer de una seta que le permitiría crecer o disminuir hasta encontrar su talla perfecta. Pero cuando creció «más de la cuenta» una Paloma la confundió con una serpiente y la increpó creyendo que iba a robar sus huevos, que era un peligro para su descendencia. Para nosotros también existe esa policía de la autopercepción: determinados «tamaños», determinadas formas de presentarnos ante el mundo, pueden ser leídos como una amenaza. Así, ciertos términos -ciertas formas de entendernos- nos están prohibidos, emplearlos supone una percepción externa negativa, mientras que otros se nos toleran, aunque quizá no se ajusten perfectamente a la realidad que percibimos de nosotros mismos. ¿Quiénes somos, entonces, con qué palabras podemos identificarnos? ¿Quién eres tú?

No hemos tenido narraciones infantiles propias sobre las que basar nuestra identidad. La realidad de las personas que no somos heterocisexuales supone una quiebra en el imaginario infantil aprendido, una paradoja en la que no podemos responder a la Oruga precisamente porque no existió antes otra Oruga cuyos pedazos de seta nos sirvieran realmente para especificar nuestro verdadero tamaño. Tenemos que trabajar con un lenguaje otorgado y darle una y mil vueltas constantemente: retorcerlo, romperlo, recomponerlo hasta dar con algo que, más o menos, podamos emplear para hablar de nosotros mismos. Y aún así la Paloma puede venir a recriminarnos que hayamos utilizado su estructura narrativa para crear algo nuestro que ella identifica con algo malvado.

Eso fue lo que le sucedió a Andersen cuando ideó La sirenita para poder presentar su amor a Eduard Collin: encontró en la naturaleza anfibia de la sirena una buena forma de expresar su situación y su sexualidad, e incluso se atrevió a dedicarle la narración diciéndole «yo te anhelo como si fueras una chica hermosa de Calabria», lo que enfadó mucho a Eduard, que interpretó una amenaza, igual que la Paloma creyó entender que una Alicia «más grande de la cuenta» suponía un peligro. Se nos permite ser sirenas, pero no comparar a nadie con muchachas calabresas.

¿Qué palabras emplear entonces para contarnos? Buenos amigos activistas me han recordado que, no obstante, emplear ese lenguaje reciclado y retorcido es importante, porque sólo con él los jóvenes pueden identificarse antes de generar uno propio, antes de producir una lengua propia que realmente les sirva para expresarse. Acepto la premisa de que las personas de sexualidad heterodoxa estamos condenadas a aprender los cuentos de la heterosexualidad, pero no dejo de reivindicar un necesario bilingüismo, la generación de una nueva forma de describirnos, de contarnos, que pueda convivir con la lengua aprendida. Yo, por el momento, sólo estoy seguro de qué historias no me sirven, de qué términos no me describen. Entre tanto busco la palabra ideal, esa que sea a mi nombre como mi nombre mismo, sólo sé lo qué no soy. No soy heterosexual. Pero me nombraré gay, homosexual, marica, incluso sodomita, uranista o invertido; me llamaré sirena para explicar mi amor, aunque ninguno de esos conceptos pueda servir realmente para encerrar toda mi identidad. Porque sigo escribiendo mi propio cuento, buscando nuevas formas de narrar y narrarme mientras sólo puedo afirmar, como en un momento difícil hizo Don Quijote, que yo sé quién soy.

Publicado en Cáscara Amarga el 10 de agosto de 2014.

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