El nuevo orden mundial… es heterosexual

El Matrimonio Igualitario está cambiando el mundo. Son ya muchas las regiones del planeta que lo han aprobado, y allí donde se consigue que dos personas del mismo sexo puedan unirse legalmente, con la inexcusable denominación de «matrimonio», empieza un rápido proceso que posibilita una mejor aceptación de la realidad de las personas no heterosexuales por parte de las heterosexuales. Pero la revolución social que acompaña la legalización de nuestras uniones no sólo cambia la forma que tienen de vernos: también nos cambia a nosotros mismos.

Decía Andrew Sullivan, en su clásico Practicamente normal, que el Matrimonio Igualitario es la mejor política que puede llevarse a cabo para asegurar la igualdad de lesbianas, gais y bisexuales, si bien reconoce que la inclusión de parejas del mismo sexo en la legislación matrimonial es una política conservadora, pues «facilita un ancla, a menudo arbitraria y débil, en el torbellino del sexo y las relaciones al que todos tendemos; un mecanismo para la estabilidad emocional y la seguridad económica» y «proporciona modelos de comportamiento para los jóvenes gays, quienes, tras la liberación experimentada al salir del ‘armario’, pueden caer fácilmente en relaciones efímeras y en la inseguridad sin tener ningún objetivo tangible a la vista» (Sullivan, 1999: 205, 206). Esta postura claramente conservadora la encontramos hace no demasiado tiempo apoyada por David Cameron, primer ministro de Reino Unido, que al acceder al poder afirmó «no apoyo el matrimonio gay a pesar a ser conservador. Apoyo el matrimonio gay porque soy conservador». Pero, si obviamos esta reflexión, sí que en parte tiene razón Sullivan: la aprobación del Matrimonio Igualitario permite que jóvenes no heterosexuales puedan desarrollar un proyecto de vida en línea con el de sus compañeros heterosexuales, pueden pensar en casarse o pueden pensar en no hacerlo, ahora en igualdad. Quizá por eso, y porque son muchas las voces conservadoras -y de extrema religiosidad- que atacan nuestro trabajo, sin haber entendido que quizá incorporar a parejas del mismo sexo en su sacrosanta institución del matrimonio puede acabar beneficiando a su discurso tradicionalista, la lucha para extender el Matrimonio Igualitario es complicada. Esta misma semana hemos sabido que Renzi no afrontará de momento este proyecto e incumplirá así su propuesta electoral, hecho que ha provocado un importante enfado en los colectivos italianos, mientras algunos ayuntamientos italianos ya habían empezado a registrar matrimonios entre parejas extranjeras del mismo sexo para animar a su gobierno a llevar a cabo la reforma que legalice el Matrimonio Igualitario, ya que el presidente del gobierno italiano se había comprometido en campaña al menos a redactar una ley de uniones civiles.

Pero, aceptando que tarde o temprano nuestras uniones serán legales en una infinidad de países, y felicitándonos como debemos porque gracias a esto cada vez un mayor número de personas nos mira con buenos ojos, yo no dejo de preguntarme cómo el Matrimonio Igualitario está cambiando nuestra forma de ser lesbianas, gais y bisexuales. No hace demasiado apareció en las librerías un volumen que te recomiendo leer: Global Gay, de Frédéric Martel, que nos ofrece las diversas formas de afrontar la homosexualidad que pueden encontrarse en diferentes lugares del planeta. En aquellos espacios donde ya es legal el matrimonio el autor aprecia que el american gay way of life que hemos venido «importando» hasta ahora, reduciendo -según estereotipo- nuestro ocio a una zona de la ciudad más o menos específica, va dando paso a una integración de las personas no heterosexuales en barrios comunes, integrándose también en sus formas de ocio. En resumen, hemos pasado del gueto al centro comercial. La reivindicación identitaria, así, va desdibujándose poco a poco y podemos encontrar que «los símbolos gays se han convertido en simples productos derivados» (Martel, 2013: 107), que podemos encontrar en chapas, camisetas, toallas, tazas y cientos de productos disponibles para el consumo. La revolución de los gais -decir también lesbianas, bisexuales y transexuales sería mucho decir, tristemente- ha triunfado, porque nos hemos incorporado a los estudios de mercado y la bandera del arcoiris puede venderse por fin como las camisetas con la efigie del Ché, como un símbolo contracultural que ha fagocitado la cultura del Capital.

Es evidente que este fenómeno tiene una parte muy positiva: al haber sido incorporados a los patrones de la cultura occidental la defensa de nuestros derechos está prácticamente asegurada en Occidente y podemos disfrutar de los privilegios antes reservados para las personas heterosexuales. Pero esta moneda tiene una cruz muy severa detrás de la cara gayfriendly con que nos hemos integrado en el sistema. Esta misma semana he descubierto en un blog una entrada dedicada al misterioso arte de cómo conseguir que un chico se convierta en tu novio en sólo siete citas. Sin detenerme en el hecho de que cualquiera pueda deducir de este texto que los novios son cosas muy necesarias que a todos nos hacen mucha falta, sin los cuales no podríamos vivir tranquilos, y demás estrategias de marketing que hacen dudar de si lo que uno busca es pareja o un smartphone de último modelo, al estudiar los consejos que se nos ofrecen es posible deducir varias cosas. Se nos dice que no podemos mantener relaciones sexuales hasta la séptima cita, porque «nuestro cuerpo es un premio», ni siquiera besar al sujeto de nuestras devociones hasta el tercer encuentro; se nos dice que no hablemos de más ni le interrumpamos, que lo miremos candorosamente a los ojos, que lo hagamos sentir cómodo; se nos dice que cuidemos no rebajarnos demasiado, pero que tampoco resultemos amedrentadores, que seamos nosotros mismos pero eliminemos ciertas particularidades que pueden ser muy nuestras pero quizá no encajen dentro de unos patrones predispuestos y obligatorios para la perfecta cita romántica. Se nos dicen, en definitiva, las mismas tonterías de olorcillo machista que encontramos en las revistas para chicas adolescentes. Nos hemos integrado perfectamente en la cultura heterosexual, por lo visto, y también nos toca la parte mala: parece ser que no podremos tener nuestras propias formas autónomas de construir una pareja, sino que estamos obligados a reproducir los estándares que han provocado infinito sufrimiento y desigualdad a las parejas heterosexuales. Ahora participamos de sus privilegios, por fin, pero ¿por qué participar también de sus condenas? Quizá tanto empeño en conseguir la cara simpática de esta moneda nos hizo olvidarnos de generar y difundir formas alternativas de convivencia. Le pedimos al genio de la lámpara el deseo del matrimonio y, como todos los deseos del genio, había una parte mala muy bien escondida. La cuestión ahora es plantearnos cuál será nuestro próximo deseo.

Hay un economista, Joseph Schumpeter, que a mediados del siglo XX popularizó el concepto de la destrucción creativa, un fenómeno propio del capitalismo que facilita su reinvención, su renacimiento después de haberse destruido a sí mismo, para que sus principios fundamentales sigan vigentes bajo nuevas formas. Es el conocido «que todo cambie para que todo siga igual», el gatopardismo. Llevando esta teoría a lo que nos ocupa cabe preguntarnos si este nuevo orden mundial que nos proporciona el Matrimonio Igualitario no es sino el producto de una destrucción creativa que se ha llevado por delante la institución matrimonial como privilegio heterosexual para acabar incorporándonos a las personas no heterosexuales a su yugo ancestral. ¿Sería capaz el sistema de la heterosexualidad de negar su propia esencia, esa misma heterosexualidad, con tal de integrar en sus patrones a un considerable grupo de personas a los que antes no podía extender sus usos y costumbres? La respuesta es difícil, pero queda claro que si hacemos caso de determinados consejos, si seguimos ciegamente determinados mandatos de comportamiento en esta nueva época de matrimonio para todos, podríamos acabar participando de un modelo social que quizá no compartamos. Abre los ojos y anda con cuidado, recuerda que no queremos ser heteros. Queremos ser iguales.

Referencias:

Sullivan, Andrew, 1999, Prácticamente normal, Bellaterra, Barcelona

Martel, Frédéric, 2013, Global gay, Taurus, Madrid

Publicado en Cáscara Amarga el 2 de agosto de 2014.

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