Mejor este título con aires de sainete que un honorable Vidas paralelas, tan Plutarco, que resulta difícil asociar a la forma de pensar tan poco honrosa de las dos personas que ocuparán estas líneas. Esta misma semana, mientras doce agencias de las Naciones Unidas han hecho un llamamiento a la comunidad internacional para detener la violencia contra las personas lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, hemos escuchado precisamente en la Asamblea General de la ONU a Robert Mugabe, presidente de Zimbabue, afirmando que, en su país, «no estamos de acuerdo con los intentos de imponernos nuevas reglas que son contrarias a nuestros valores, normas, tradiciones y creencias. No somos gays«.Y no muchos días antes, y frente al mismo auditorio, el Papa denunció una «colonización ideológica» que impone «modelos de vida anormales e irresponsables» enfrentados a las tradiciones propias de los pueblos, en clara alusión a cualquier forma de vida apartada de la norma cristiana, en especial la Diversidad Sexual y de Género, así como la institución del Matrimonio Igualitario, recientemente aprobado por el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
No deja de resultar curioso que dos personas puedan decir lo mismo, en el mismo sitio, y que nos parezcan tan diferentes. Al primero, Mugabe, nos es posible asociarlo con el estereotipo del homófobo clásico, pues no nos supone sorpresa alguna que un mandatario africano se manifieste contrario a nuestros derechos; pero se hace complicado atribuir esas palabras al Papa, presuntamente tan progresista, cuando otras muchas de sus declaraciones nos las ofrecen como altamente innovadoras. Pero seamos claros y no olvidemos que, mientras esta misma semana en su gira americana Francisco reconoció el abuso sexual a menores en el seno de su organización, mantuvo un encuentro casi secreto con Kim Davis, la funcionaria del registro de Kentucky que se negó a firmar certificados matrimoniales para personas del mismo sexo, que fue encarcelada por ello, y tras su salida de prisión, entre vítores de una multitud homófoba, prometió seguir firme en su decisión de no firmar los certificados matrimoniales. Según la exconvicta, Bergoglio la ha animado a mantener su homofobia, aunque el Vaticano, sin desmentir que se celebrara la reunión, sostiene que no se manifestó ningún apoyo a la «causa» de Davis. Recordemos también que el mismo Francisco, tras una reunión en enero de 2015 con un hombre transexual, realizó unas declaraciones muy agresivas contra las personas transexuales, asegurando que «no reconocen el orden de la Creación«, y son similares a Herodes y a las armas nucleares; así como la historia de Álex Salinas, joven transexual de San Fernando que intentó apadrinar a su sobrino en su bautismo y que finalmente no pudo hacerlo, pues tras una consulta a la Congregación para la Doctrina de la Fe, nombre con que se denomina desde hace algunas décadas al Tribunal de la Inquisición, el obispo de Cádiz y Ceuta, Rafael Zorzona, afirma que el interesado «no posee el requisito de llevar una vida conforme a la fe y al cargo de padrino«, y que «el mismo comportamiento transexual revela de manera pública una actitud opuesta a la exigencia moral de resolver el propio problema de identidad sexual según la verdad del propio sexo«.
¿Cómo es posible, entonces, que este Papa, que afirmó que él no era quién para juzgar a alguien por ser gay, aun manteniendo realmente un discurso tan contrario aún a nuestros derechos, siga pareciéndonos «progre»? Es posible porque el Papa representa parte de la cultura occidental mientras que Mugabe es un representante de la cultura africana. En Occidente los derechos LGTB ya están tan avanzados, se nos dice, que hasta el mismísimo Papa está de acuerdo con ellos. Pero África es muy diferente, sobre todo porque nuestros prejuicios coloniales nos hacen mirar al Sur con condescedencia, comprendiendo sus comportamientos intolerantes porque, en el fondo, consideramos que están mucho más «atrasados» que nosotros, los blancos del Norte. Descubrir las barbaridades que creemos propias del «atraso» tan cerca de nosotros cuestiona nuestro ego occidental, y por eso nos es más fácil percibir un Papa progresista, aunque sea el mismo lobo de siempre con el ropaje del cordero mejor diseñado.
Cuando Flavio Romani, presidente de la italiana Arcigay, comparó el Vaticano con Uganda porque el Papado se mostraba reticente a reconocer al abiertamente gay Laurent Stefanini como nuevo embajador de Francia ante la Santa Sede, la comparación nos resultaba exagerada. Pero es evidente, atendiendo a las declaraciones de Francisco y Mugabe de esta semana, que ambos predican lo mismo: el derecho a la intolerancia como parte de una supuesta cultura propia. Las dos gemelas olvidan, muy interesadamente, que el derecho a la fe o a mantener las tradiciones culturales no está por encima del resto de Derechos Humanos. Y si sonreímos al Papa mientras regañamos a Mugabe descubriremos que la homofobia del lobo que tenemos bien escondido en casa podrá seguir mordiéndonos incesantemente. Cuidado con el Papa, que también muerde.