Orgullo es valentía

Acostumbrados como estamos a celebrar el Orgullo en Madrid, tumultuoso, festivo y aunque siempre reivindicativo cada vez más institucionalizado y, por tanto, menos transgresor; se nos puede llegar a olvidar que manifestarnos en defensa de nuestros derechos como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales supone siempre un increíble acto de valentía. Porque incluso en la capital de nuestro Estado, donde parece que está todo conseguido, siguen llegándonos noticias de agresiones de manera constante y salir a tomar las calles con la bandera del arcoíris en su mástil, anudada a la cintura o atada al cuello, sin miedo a ser reconocido en el trabajo, en la familia, en el instituto o en la universidad hace que ese Orgullo que la Academia define como «exceso de estimación propia» cobre un nuevo sentido y pase a significar «reivindicación de toda la autoestima que nos negaron cuando más falta nos hacía; (auto)reconocimiento de que uno es tal como quiere ser y se siente feliz por ello».

Y es que nuestro Orgullo, simbolizado por la bandera, nuestra bandera, es importante porque representa el compromiso con la Igualdad para todos y todas, sin importar su orientación sexual ni su identidad de género, resumiendo en sus seis franjas de colores toda una historia de activismo y reivindicación, de grandes logros, pero también fracasos de los que aprendimos, de hermosos momentos llenos de felicidad y otros increíblemente tristes: son muchos los compañeros y compañeras, amigos y amigas, que hemos ido perdiendo, y a todos y todas recuerda y homenajea nuestro arcoíris. Por eso nos enfadamos tanto cuando alguna persona ignorante de esta realidad, de esta ciudadanía diversa que representa en sus colores nuestro más importante símbolo, afirma que no debe ondear en los balcones de nuestros Ayuntamientos, porque no es una bandera que deba regir para todos. Así lo ha manifestado esta semana Concepción Dancausa, la Delegada en Madrid del Gobierno Heterosexual de España, ése que dirige Mariano Rajoy y que parece que no quiere que una de cada diez personas sintamos como propias las instituciones. La ignorancia no sirve de excusa cuando son tantos los medios para acabar con ella -la discriminación también se cura leyendo-, y habrá que preguntar a doña Concha si sus palabras significan que su Policía Nacional tampoco va a desarrollar adecuadamente un protocolo de atención a víctimas LGTB, como no lo hizo realmente Cristina Cifuentes cuando ocupaba su cargo, o si es que nos anima a lesbianas, gais, bisexuales y transexuales a no pagar los tributos de aquellos municipios en los que no se muestre nuestra bandera pues, si aquellos a quienes rige ésta no nos vemos integrados en las ciudades y pueblos, es lógico suponer que no deberíamos sentirnos tampoco regidos por sus políticas tributarias. Curioso, de todos modos, que se acuse a nuestra bandera de no ser oficial, pese a haber sido reconocida internacionalmente como tal hace muchos años, y que no se queje nadie de otras banderas no oficiales, como las del Atlético de Madrid y Real Madrid, que ya han ondeado en el Ayuntamiento de la Capital olvidando a buena parte de sus ciudadanos; o que se obvie la complacencia con la que se mira desde el partido al que pertenece la señora Dancausa a sus cargos orgánicos e institucionales que con relativa frecuencia se fotografían alegremente con banderas franquistas. Es evidente que algo o alguien no rige bien, pero lo mismo no es la bandera del arcoíris.

Dejando la ignorancia extravagante a un lado, hay que insistir en la necesariedad de que en todas partes pueda verse nuestro símbolo. Porque ya todos y todas lo reconocen, y en muchas ocasiones un pedazo de tela sirve como único punto de referencia para muchos jóvenes que, en el momento de descubrir que no son heterosexuales, no saben a dónde acudir. Por ellos y ellas nos empeñamos en pasear nuestra bandera por el mundo. Así, en defensa de su inocencia, de sus derechos que tan fácilmente pueden verse coartados, tres buenos amigos míos viajaron la semana pasada hasta Riga, donde se celebraba el World Pride, para apoyar en castellano las reivindicaciones de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales de Letonia. Carla Antonelli, José Ángel Santoro y Juan Carlos Alonso pasearon con banderas arcoíris por las calles de la ciudad más grande de los países bálticos, en un Orgullo que supone siempre un riesgo, pues fueron habituales las pancartas contra nuestros derechos de algunas pocas personas que protestaban contra la manifestación; un Orgullo, así, que supone un increíble acto de valentía, del compromiso que nace de reconocer que en ocasiones es necesario ponerse en riesgo para asegurar que muchas otras personas, más vulnerables, estarán de este modo más seguras.

Por eso nos hacemos activistas, porque entendemos que forma parte de nuestra responsabilidad como lesbianas, gais, bisexuales y transexuales correr los riesgos necesarios para que otras muchas personas dejen de estar en peligro. Por eso nos empeñamos en colocar nuestra bandera aquí y allá, de Talavera a Xirivella, de Mallorca a Tenerife, de Coruña a Cartagena y Murcia, de Oviedo a Sevilla, de Valladolid a Pamplona, de Ceuta a Barcelona, de Santander a Zaragoza, de Bilbao hasta Melilla… y de Madrid al Cielo. Porque este Orgullo, este arcoíris, Pedro, es para ti.

Publicado en Cáscara Amarga el 28 de junio de 2015.

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