Haber conseguido ya el Matrimonio Igualitario en España, y que cada vez esté siendo aprobado en más partes del planeta, como ha sucedido hace unos días en Florida por vía judicial, o con la noticia de que Chile reconocerá en su territorio los matrimonios entre personas del mismo sexo celebrados en otros países y de que Vietnam elimina el veto al Matrimonio Igualitario, aunque no lo regula; ha provocado un serio problema en el discurso de reivindicación de los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. A la consecución de un gran objetivo, en prácticamente todos los movimientos sociales, sigue un periodo de confusión en el discurso, donde es difícil encontrar el camino a seguir. Así sucedió con el Feminismo, el primer movimiento social de la historia, cuando tras las primeras aprobaciones del voto femenino en algunas partes del mundo se sumió en un aparente silencio de varias décadas, hasta que llegara a la orilla una nueva ola feminista analizando los problemas de las mujeres desde la raíz y proclamando una gran verdad, «lo personal es político», que serviría de brújula para las acciones posteriores. Después del voto femenino como reivindicación puntual el feminismo evolucionó a una reivindicación integral, en que se analizaban y denunciaban todos los aspectos de la vida de las mujeres en que debían enfrentarse al machismo. Hoy al Movimiento LGTB le sucede algo parecido, y hemos de considerar por dónde ha de continuar nuestro camino activista, si pretendemos nuevas reivindicaciones puntuales o, por el contrario y de forma más adecuada, es preciso afrontar en su integridad la discriminación que sufren las personas no heterosexuales en todos los ámbitos de su cotidianeidad. A la supuesta desmovilización de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, en esta época postmatrimonial a que nos enfrentamos -«postgay» la llaman-, ¿con qué objetivos de reivindicación hemos de responder?
Una cuestión últimamente constante en el debate de los colectivos, como es natural, es la problemática que conlleva la filiación. Natural porque, una vez conseguido el matrimonio, la norma de comportamiento social nos mueve a la reproducción, y es lógico así que regular una serie de derechos sobre la paternidad y maternidad de las personas no heterosexuales se haya convertido en uno de los grandes temas del discurso activista actual. De este modo, además de la adopción, ciertamente complicada en nuestro país, ya que la legislación para llevar a cabo adopciones nacionales requiere de una larga convivencia previa en el inseguro -para los futuros adoptantes- régimen de acogida, y casi imposible en el caso de la adopción internacional, pues la mayor parte de los estados con niños susceptibles de ser adoptados prohiben de manera más o menos expresa que vayan a parar a parejas del mismo sexo; resulta ser habitual tener que enfrentarse a la cuestión de regular o no el vientre de alquiler, la llamada gestación subrogada o gestación por sustitución.
Actualmente, y casi como una urgencia, nos encontramos con el caso de niños que, habiendo nacido a través de técnicas de gestación subrogada en países donde se permiten, siendo sus padres nacionales de un país que bien no la ha regulado, y se encuentra en situación de alegalidad, bien ha regulado prohibiendo esas técnicas de reproducción asistida, no pueden ser registrados como hijos de sus padres y se enfrentan a un preocupante desamparo jurídico. Ante esta situación el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo condenó a Francia por la negación al registro de un niño nacido mediante vientre de alquiler, reconociendo sus derechos, y nuestro conservador Partido Popular ha prometido buscar una solución a este tema, mientras en Alemania, donde la gestación subrogada está prohibida, el Tribunal Supremo ha sentendiado en el mismo sentido, primando el bienestar del nacido frente a la prohibición. Resulta evidente que, una vez ha nacido un niño lo necesario es siempre que primen sus derechos y posibilitar su registro, se permita o no, se ignore o no la posibilidad de una técnica determinada de reproducción asistida, pero creo necesario descender más en la cuestión y plantearnos en primer lugar si consideramos lícita la gestación por sustitución como medio de acceso a la descencencia y, después, si éste es o no un gran objetivo de nuestro movimiento.
Mientras nuestro conocido y tremendista intolerante Reig Plà, el fanático obispo de Alcalá de Henares, volvía a su habitual tono de energúmeno con su carta pastoral con que despidió 2014, denunciando que el Gobierno de España había sucumbido ante el poder de la gobernanza global para obtener un puesto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, para conseguirlo, había tenido que ceder en cuestiones que le ponen tan nervioso como los derchos de las mujeres y de las personas no heterosexuales, además de precisamente la inscripción de niños nacidos mediante vientres de alquiler; encontramos declaraciones que condenan fuertemente la conducta prohibicionista de la Iglesia Católica, si bien equiparándola con la oposición a la gestación subrogada por parte del feminismo, calificado como «radical» -intuyo que en el mal sentido-, tal como sucede con Antonio Vila-Coro, presidente de la asociación Son Nuestros Hijos, arguyendo que ambas negativas se fundamentan el principios morales «relacionados con lo sagrado» -supongo que por el hecho religioso en sí y por la consideración del cuerpo de la mujer como propiedad inalienable de la propia mujer-; y testimonios como el de Esther Nolla, presidenta de la Asociación de Madres y Padres de Gays, Lesbianas, Bisexuales y Transexuales, afirmando que «la gestación subrogada proporciona una solución importante tanto para las mujeres, como una oportunidad de trabajo, como para determinadas parejas el facilitarles ser padres«, en respuesta al hombre cavernario Salvador Sostres, que en un exabrupto en El Mundo afirmó que el hecho de que dos personas del mismo sexo quisieran tener hijos era un «capricho» y no un derecho.
Ante estos enfrentamientos creo necesario intentar extraer los puntos calientes del debate, para afrontarlos mejor: la cuestión que resulta preocupante sobre el vientre de alquiler es, fundamentalmente, si a una mujer le es posible disponer de su propio cuerpo para generar una vida de la que no se hará cargo como madre y, en otro punto, si tras aceptar ese precepto consideramos válido o no que esa mujer reciba una compensación económica y de qué tipo debe ser ésta. El tema, resulta evidente, se relaciona íntimamente con la eterna cuestión de la prostitución, porque implica también un empleo comercial del cuerpo de la mujer. Y, ante este aspecto, ha de quedar claro en primer lugar que toda mujer tiene y debe tener el derecho a decidir sobre su propio cuerpo, si bien sí es posible que nos planteemos, además de que dichas decisiones deben ser siempre comprobablemente libres para evitar cualquier atisbo de trata de mujeres, qué implicaciones éticas conlleva la absoluta libertad en la decisión sobre su cuerpo. Porque, ante cualquier forma de compensación económica, ya como una especie de dietas para que la mujer gestante no tenga que abonar ella misma los gastos derivados del embarazo, ya como una prestación económica de mayor o menor cuantía en concepto de la propia gestación y no de sus gastos derivados; hemos de tener en cuenta que toda transacción económica genera un mercado, y se abre así a unas normas de oferta y demanda que pueden convertir una decisión libre en una limitación de la libertad de otras personas, esto es, una mujer que de manera comprobable decida libremente prestar su vientre a la gestación subrogada tiene toda legitimidad para hacerlo y no considero ninguna reprobabilidad posible -menos aún yo, como hombre cisexual que soy-, si bien me inquieta y mucho que esa decisión provoque que, ya que se genera un mercado donde ella recibe por su embarazo digamos que 100.000€, quienes no puedan acceder a abonar esa cuantía y manifiesten su demanda de vientres busquen una oferta más asequible y, al tiempo, para hacer frente a una supuesta gestación low cost deba recurrirse, si no directamente a la trata, a condenar a unas condiciones infrahumanas para otras mujeres. Así, si bien es obvia la libertad de decisión sobre su cuerpo de cualquier mujer, me pregunto si una decisión supuestamente libre lo es en realidad cuando puede -y así lo hace, en el caso paralelo de la prostitución- cercenar la libertad de otras mujeres. Difícil equilibrio entre libertad y ética que debemos solventar para un análisis más acertado sobre la cuestión de regular, prohibir o seguir ignorando el hecho de los vientres de alquiler, sobre los cuales considero, si bien mi intuición me hace posicionarme cautelarmente en contra, que deben opinar siempre las poseedoras de esos vientres, las mujeres. Dándole la vuelta al dicho, creo que hay que defender un principio básico: cuando una mujer habla, decide y piensa sobre su cuerpo, los hombres callan. Así que espero vuestro debate y conclusiones con ilusión, para aprender de vosotras como tan frecuentemente hago.
Afrontada esta cuestión queda un sólo punto que tratar en estas líneas: si éste tema de la gestación subrogada es o no un gran objetivo para el Movimiento LGTB. Y en este punto, considerando que el vientre de alquiler, como posible técnica de reproducción asistida, es susceptible de ser empleado tanto por parejas del mismo como de distinto sexo, al igual que por personas solas, no deja de sorprenderme cómo es posible que hablemos nosotros, no heterosexuales, tanto sobre esta cuestión, si nos afecta especialmente, pero no más que a aquellas personas heterosexuales individuales y parejas de diferente sexo que no puedan o deseen acceder a la paternidad por los medios naturales. ¿Cómo es posible que creamos que uno de nuestros grandes objetivos sea el que, realmente, es una reivindicación de la que es susceptible toda la población? Cierto es que nuestras demandas, al disponer de una organización en colectivos y asociaciones bien estructurada, suelen ser más atentidas -que no conseguidas-, pero ¿somos nosotros quienes debemos afrontar esta batalla? Yo no dejo de pensar que, entre tantos posibles objetivos, que nos afectan más directamente y que de ser afrontados solventarían de una manera más integral nuestra problemática específica, como es la cuestión de las agresiones por homofobia, bifobia y transfobia, escoger como gran objetivo uno que sólo solucionaría un problema puntual y además para toda la población es un error estratégico. Bien es cierto que, para una pareja de hombres que deseen ser padres, con sendos trabajos dignos y sin una pluma marcada que los aparte de la homonormatividad quizá este tema de la paternidad sea el último de los objetivos a conseguir. Pero eso no debe hacernos olvidar al resto de personas que componen el conjunto de la heterodoxia sexual: no podemos permitir que el Movimiento LGTB se feminice como se feminiza la pobreza y se pierdan personas implicadas en la defensa de nuestros derechos, y la solidaridad de los hombres cisexuales gais y bisexuales con las necesidades del resto de no heterosexuales debe ser prioritaria. Por eso, quizá la solución sea que nuestro próximo gran objetivo sean todos, al unísono, para una solución integral, tal como nos enseña el Feminismo. Tenemos que feminismizar nuestro movimiento. Aún más.