Una semana después de la celebración en Madrid del Orgullo yo tenía la intención de dedicar esta columna a cualquier otra cuestión que no tuviera que ver con él, hasta que llegaron a mi pantalla unas curiosas declaraciones de Cristina Cifuentes, la archiconocida Delegada del Gobierno en Madrid. Decía la ilustre Gobernadora Civil de la Región que nuestra manifestación quizá no quepa dentro del derecho de reunión, en el marco de unas declaraciones en que se entregaba a la curiosa discusión de si somos galgos o podencos, de si debemos encuadrar nuestro Orgullo en ese derecho de reunión o somos otra cosa porque, dice la experta, lo nuestro, aun siendo reivindicativo, «es un acontecimiento a caballo entre ese derecho y algo más lúdico». Queda claro así que Cifuentes no nos entiende.
Puede que doña Cristina ignore la importancia del elemento lúdico de la manifestación del Orgullo, y creo que no estará de más explicárselo: el Orgullo nació reivindicativo, y nació lúdico, porque era necesario demostrar que lesbianas, gais, bisexuales y transexuales podemos ser personas felices, cuando toda una cultura heterosexual nos presentaba como hombres y mujeres condenados a la depresión, a la marginalidad, y al suicidio muchas veces. Así nos dibujaba el discurso científico, hasta que comenzamos a elaborar nuestra propia ciencia, eliminando prejuicios, y así se nos ofrecía al público lector en novelitas que fueron éxitos, como la terrible La máscara de carne, de Maxence Van Der Meersch, que tristemente fue uno de los poquísimos referentes homosexuales con que contaron muchos adolescentes de los sesenta.
Y puede también que la señora Cifuentes ignore la importancia de lo festivo en la cultura occidental. Y, como desde muchos medios suele atacarse al Orgullo calificándolo de carnavalada, me parece necesario hablar del verdadero sentido, ya casi olvidado, que tiene el Carnaval. El mayor especialista en la cuestion, Mijail Bajtin, lo explica claramente en su La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento, donde encontramos que, frente a la seriedad asociada a ciertos acontecimientos en el sistema cultural de la época, el Carnaval funcionaba como una suerte de contrasistema que cuestionaba los puntales de la cultura oficial a través de la risa y así posibilitaba su regeneración. Del mismo modo podemos analizar el Orgullo que, frente al sistema heterosexual, frente a las normas de comportamiento aceptables por los cánones, ofrece una subversión festiva que mientras cuestiona la heteronorma hace posible, como estamos comprobando poco a poco, la aparición de una nueva forma de heterosexualidad.
Bien es cierto que a todos y todas las activistas, al finalizar el Orgullo, suele picarnos el gusanillo de que haya menos reivindicación que festejo, menos pancartas que risas, pero entendemos que esa risa tiene un valor activista inconmensurable, porque con ella llegamos a donde no alcanzan nuestras pancartas. Con ella parece que hemos logrado llegar incluso a transformar los planteamientos de algunos miembros y miembras del Partido Popular, como es el caso de la Delegada que hoy me ocupa, que, además de confesarnos que no es homófoba -no sé si espera que le agradezcamos que no pretende, al menos visiblemente, eliminar todos nuestros derechos, como si parecen querer hacer algunos de sus compañeros-, defiende la necesidad de darle al Orgullo un «tratamiento singular» -que hace tiempo ya que llevan pidiendo colectivos y algunos partidos políticos-, del que debería encargarse el Ayuntamiento, y no ella, siempre que ignoremos que suenan ya muy alto los susurros que la pretenden hacer candidata del Partido popular a la alcaldía de Madrid. Y, aunque la señora Cifuentes sigue negándolo, de un modo u otro queda claro que doña Cristina nos quiere gobernar.
Y a mí me preocupa realmente que la Delegada del Gobierno, que por sus declaraciones parece que habla mucho con los empresarios y los vecinos, y no tanto con los colectivos que defienden los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, ni con los muchos empresarios de Chueca que no pertenecen a AEGAL, quiera encargarse de hacerle el traje al Orgullo, porque considero que nuestro Orgullo debe llevar el traje o el disfraz que mejor consideremos nosotros y nosotras que le ajusta y, si no, prefiero mil veces un Orgullo desnudo a uno confeccionado por una mujer heterosexual que dice que no es homófoba y unos cuantos empresarios que pretenden obtener rédito económico de nuestras reivindicaciones.
Cifuentes no me entiende, porque no es lesbiana, ni gay, ni bisexual ni transexual; y del mismo modo en que yo no le digo a los organizadores de las procesiones de Semana Santa que contraten algún tipo de seguro antes de pasear por la calle obras de arte -aunque podría-, o no les indico a los forofos de tal o cual equipo qué letras deben cantar cuando festejan sus victorias -a pesar de que algunas canciones vulneran derechos humanos-; del mismo modo no espero de doña Cristina ningún tipo de comprensión, sólo respeto y, a ser posible, que se inmiscuya lo menos posible. Cifuentes no me entiende, ni falta que nos hace, porque el Orgullo es nuestro, de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, y hemos de seguir siendo nosotras y nosotros los que cosamos su traje, las que decidamos -porque nosotras lo parimos- si debe ser más o menos festivo, con más o menos pancartas, más o menos carrozas, más o menos risas. Y aunque puede que nuestro Orgullo no se adapte a lo que una inmensa mayoría heterosexual denominó «derecho de reunión», el hecho es que nosotros y nosotras nos reunimos para reivindicar con muchas risas. Puede que la señora Gobernadora quiera tendernos una mano, puede que aprovechar nuestra mano para su precandidatura a la alcaldía, pero, como ella misma dice, no es su función autorizarnos a nada, sólo quedar informada. Y quedará informada, qué duda cabe, pero yo sólo le pido respeto a nuestras decisiones y reivindicaciones, aunque ella se empeñe en asegurarnos que además nos entiende mucho, que es la primera en defendernos; sólo es necesario que cumpla su cometido y haga realidad lo que en nuestros propios espacios hemos decidido.
Por eso, porque quiero reivindicar nuestras decisiones propias sin injerencias, ya para finalizar, si bien podría recurrir al refranero y decir que en mi coño y mi zaranda nadie manda, para una Delegada del Gobierno Popular debe ser mucho más correcto huir de lo popular, así que recordaré a Lope de Vega y terminaré añadiendo que, en estos asuntos, mi querida Cristina, entiéndame quien puede, yo me entiendo.
Fuentes: