Esta semana escribía mi amigo José Luís Serrano denunciando que, meses atrás, el carácter de los «machos alpha» Pablo Iglesias Turrión y Alberto Garzón había hecho imposible una gran coalición de izquierdas. Y esta misma semana, ya de resaca electoral y comenzado el baile de los posibles pactos, son varios los temas que ocupan «la centralidad del tablero» en todas las mesas de negociación política. El gran dilema es si será posible investir un Presidente del Gobierno o será preciso repetir las elecciones. A mí no me cabe duda; la composición del Parlamento permite la gobernabilidad, pero es necesario superar un gran problema: todos los interlocutores son varones.
Desde hace ya un tiempo se ha puesto de moda mirar hacia Dinamarca como paradigma de la buena política. Aunque me temo que la admiración no se fundamenta en su parlamentarismo real, sino en el éxito de la maravillosa serie Borgen, donde una mujer -nótese: una mujer- se convierte en Primera Ministra tras alcanzar un gran pacto de investidura. El truco se revela ya en el primer capítulo: gobernará quien consiga contar hasta los noventa diputados que forman la mayoría.
En España esa mayoría la componen 176 escaños. Recordemos los resultados electorales: 123 diputados y diputadas el Partido Popular, 90 el PSOE, 42 Podemos, junto a 27 provinientes de las mareas, supuestamente, 40 Ciudadanos y 2 Izquierda Unida, que se completan con los 9 de ERC, 8 de DL, 6 del PNV, 2 de Bildu y 1 de Coalición Canaria. ¿Quién puede contar hasta 176? Mariano Rajoy quiere contar, Pedro Sánchez quiere contar, Pablo Iglesias Turrión quiere contar, y Albert Rivera y Alberto Garzón parece que quieren que cuenten con ellos. Las sumas son fáciles, a priori: PP+Cs=163, PSOE+Podemos+IU=161, PSOE+Podemos+IU+Cs=… ¡201! Objetivo conseguido: es posible una suma que supere los 176 escaños. Lo difícil es materializarla, teniendo en cuenta las características y exigencias de cada interlocutor.
Birgitte Nyborg, la protagonista de Borgen, nos enseña que lo más importante para conseguir un pacto es estar predispuesto a conseguir un pacto. Cerrarse en banda no es una estrategia adecuada para alcanzar un acuerdo, sino para hacerlo imposible. Por eso sólo es posible conciliar todas las exigencias si se empieza no cediendo en el fondo -nunca-, sino únicamente en el procedimiento.
Veamos un ejemplo: Podemos exige para dar su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez la convocatoria del referéndum en Cataluña. Es imposible, hay que cambiar la Constitución, y es precisamente ése el procedimiento que más debe llamar nuestra atención. ¿Y si, en lugar de una consulta sólo para Cataluña, fuera posible preguntar a toda la ciudadanía española si considera que su territorio está adecuadamente insertado en el proyecto nacional? ¿Y si, ya que éste puede ser un buen método para conciliar las exigencias de Podemos y PSOE, aprovechamos para que ese gran referendum sea justamente el que debe acompañar a una reforma constitucional, en la que se ofrezca el modelo federal de Estado que reivindica el Partido Socialista, y la ciudadanía deba elegir si ese nuevo modelo satisface o no sus intereses?
Esta componenda rápida nos permite ya sumar, si así se acuerda, 159 escaños de PSOE y Podemos, que se convierten en 161 si se une, lo que es muy posible, Izquierda Unida. Una mayoría más que solvente a la que sería posible sumar otros partidos. ¿Cómo? No es tan difícil.
Creo que bastaría con evitar que afloren los caracteres del «macho alpha», ése que, en lugar de poner sobre la mesa su programa para encontrar puntos en común con otros programas, coloca sobre el tablero sus lustrosas gónadas y afirma un trágala irrevocable. La normativa de la masculinidad no entiende de pactos sino de órdenes, pero en política, si se persiguen acuerdos mayoritarios, lo principal ha de ser no tratar de imponer máximos sino de intentar consensuar mínimos.
Deconstrúyanse los machos, Pedro, Pablo, Alberto y Albert. La ciudadanía nos ha regalado un Parlamento dispuesto para un cambio que, aunque a priori ingobernable, implica la orden de que trabajen ustedes a partir de ahí. Repetir elecciones no supondría sino la aceptación de su propia incapacidad para llegar a acuerdos o la confirmación de que sus intereses no son solucionar los problemas ciudadanos respetando el dictamen electoral de la ciudadanía. No nos interesa su hombría, sino su capacidad para sacar adelante el cambio que pide una mayoría compuesta de los 15.143.916 votos que suman entre los cuatro. Este Parlamento «a la danesa» no puede manejarse con las estrategias ya clásicas de nuestra varonil política hispánica. Aprendan de Birgitte Nyborg. Aprendan de lo que puede llegar a consensuar una mujer libre de imperativos machos. Deconstrúyanse, y a pactar.